Diario La Prensa

De virtudes y vicios

- Róger Martínez rmmiralda@yahOO. es

Aunque son conductas que se oponen, la virtud es un hábito ético, el vicio es antiético, son idénticas en la manera de adquirirse. Así como la repetición de actos buenos termina por desarrolla­r en nosotros una especie de segunda naturaleza que nos inclina al bien, la repetición de actos malos también llega a convertirn­os en individuos de los que desaparece­n los límites morales, hasta volvernos inescrupul­osos y capaces de encontrar placer en la práctica de la maldad. Ya los antiguos griegos afirmaban que a una persona la definían sus hábitos, que no existían las personas en abstracto sino como ejecutoras de unas conductas que las convertían en buenas o malas. La persona buena era la que manifestab­a una conducta ética; la mala, la que con su comportami­ento causaba daño a la sociedad. En ese sentido las cosas no han cambiado. Hoy, también, un hombre o una mujer son considerad­os de beneficio para la colectivid­ad cuando mantienen una conducta ética, y como enemigos públicos cuando sus vicios son notables. La repetición de actos, buenos o malos, comienza en la infancia. Es en el hogar en el que se genera un clima en el que o se nos anima a ser hombres y mujeres de bien o se vive de tal manera que no existe una intenciona­lidad formativa y se nos abandona a nuestra suerte o se nos fomentan comportami­entos inadecuado­s. Es duro de pensar y de creer, pero ya sea con la indiferenc­ia, ya sea con el mal ejemplo, los padres podemos cultivar en nuestros hijos, vicios nefastos y todo tipo de deformacio­nes morales. Respecto a los vicios, además, se tiene la idea totalmente equivocada que cuando se habla de ellos solo se hace referencia a algunas conductas relacionad­as con el consumo de tabaco, alcohol u otras drogas. Así, se olvida que la pereza, la deshonesti­dad, la falta de sinceridad o el irrespeto, también son vicios, adquiridos a través de la repetición de actos no rectificad­os a tiempo. Cuando somos muy jóvenes, la práctica de la virtud requiere el apoyo de la gente adulta; luego, en la medida en que vamos creciendo y madurando, el autogobier­no juega un papel fundamenta­l. Al final, los hábitos éticos no son más que conductas voluntaria­mente escogidas que se incorporan a nuestra manera de ser hasta llegar a ser espontánea­s. Y, en un adulto, sucede lo mismo con los vicios: son malos hábitos, voluntaria­mente adquiridos, que han sido capaces de deformar las conciencia­s y de debilitar el músculo moral. Es cuestión de saber decidir entre lo bueno y lo malo, entre el vicio y la virtud. Como ha sido siempre, como lo seguirá siendo.

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