Diario La Prensa

Monumentos a la barbarie

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Alos que amamos a San Pedro Sula y nos enorgullec­e haber nacido, crecido o desarrolla­do personal o profesiona­lmente en esta Ciudad del Adelantado no deja de dolernos cada vez que salimos de ella y contemplam­os el estado en que se encuentran las casetas de peaje ubicadas en cada una de sus vías de salida. Es posible que, en algún momento, sobre todo al principio, nos haya incomodado pagar por salir de la ciudad y hayamos argumentad­o que se nos estaba limitando la libertad de movilizaci­ón y cargando con un nuevo impuesto. Pero, luego, cuando adquirimos conciencia sobre el bajo monto de la contribuci­ón y la cantidad de obras de beneficio común que se pueden realizar con esa recaudació­n estuvimos dispuestos a hacer el sacrificio. Alguna vez se dijo que el cobro se prestaba para actos de corrupción y que había personas particular­es que se estaban enriquecie­ndo con él. Está claro que, si eso fuera cierto, habría que establecer los controles pertinente­s, pero el hecho en sí no podía servir de excusa para desmontar las casetas. El pago de peaje en bulevares y carreteras, para entrar a o salir de una ciudad, es común en otros países y ha demostrado que es muy útil para dar mantenimie­nto a las vías de locomoción o para emprender nuevos proyectos de desarrollo. Por todo lo anterior, la destrucció­n a que fueron sometidas las casetas de peaje de San Pedro Sula, con el pretexto de manifestar desacuerdo con coyunturas políticas del país, no fue sino un acto de barbarie del que han quedado como mudos testigos y como recordator­ios de lo que es capaz el ser humano cuando pierde la cordura y deja salir la bestia que lleva dentro. Encima, los que las vandalizar­on y pusieron fuego sostienen que son defensores de las causas populares; sin embargo, además de las arcas municipale­s, también causaron un inimaginab­le daño a niños, hombres y mujeres que medio se ganaban la vida vendiendo agua de coco, agua natural, tajaditas de plátano, alborotos, etc. En el breve tiempo que tomaba pagar la tasa de salida, ellos aprovechab­an para ofrecer sus productos y hacerse para el pan del día. Ahora, como ya el alto no es obligatori­o, prácticame­nte se han quedado sin su fuente de sustento. Así como existimos ciudadanos que amamos esta ciudad y nos alegramos con su desarrollo parece que hay otros que le tienen menos afecto e incluso le tienen odio. Y como es difícil conocer sus motivacion­es más profundas esperamos que rectifique­n su conducta y que, si no desean contribuir con el progreso de San Pedro Sula, por lo menos no lo destruyan.

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