Diario La Prensa

Mes de la Identidad Nacional

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Desde hace décadas, el 20 de este mes de julio se celebra la festividad en honor a nuestro héroe lenca conocido como Lempira. Sobre todo en las escuelas del nivel primario se acostumbra que los niños vistan ese día vestimenta­s tradiciona­les y, por medio de actos cívicos, se recuerde la gesta indígena bien conocida por todos. A partir de esta celebració­n, se ha declarado luego el mes completo como aquel en el que debemos conocer y enorgullec­ernos de nuestra identidad como hondureños. Definir un perfil catracho no ha sido fácil. A pesar de contar con un territorio relativame­nte pequeño, hemos convivido en él, durante varios siglos, grupos étnicos de diversa filiación y lenguas, lo que ha generado una cultura nacional bastante rica y con rasgos claramente diferencia­dos. A las etnias que habitaban el territorio en la época precolombi­na se sumaron luego europeos y africanos, hasta definir unos límites culturales que podemos llamar propiament­e hondureños. A pesar de la falta de protección de las lenguas indígenas, perviven por lo menos cinco de ellas, además del garífuna, que, junto con el miskito, son hablados por varios miles de hondureños y mantienen una vitalidad envidiable. Desde la llegada de los europeos, y luego los africanos, el proceso de mestizaje se dio de manera acelerada y, hoy por hoy, pocos pueden decir que no corre en sus venas algo de lenca, algo de español, algo de garífuna, algo de otro grupo autóctono o de otros grupos humanos llegados del Medio o del Lejano Oriente a lo largo del pasado siglo XX. Se afirma que para poder otear el futuro hay que conocer el pasado. Y es muy cierto. Un árbol sin raíces es inviable, un pueblo que ignore sus orígenes carece de identidad. En este mes de julio, las entidades educativas y todas aquellas que buscan fortalecer el sentido de hondureñid­ad, el orgullo de ser hijos de esta tierra, deben promover el estudio de nuestra historia y de los prohombres que la han protagoniz­ado. Por supuesto, es necesario superar el sentimenta­lismo y realizar un análisis serio y objetivo de las causas de nuestros permanente­s problemas en los distintos ámbitos de nuestra realidad. Porque el orgullo, el amor por Honduras debe superar la sensiblerí­a y dar paso a un trabajo que nos lleve a encontrar, de una vez por todas, las sendas del desarrollo. Y el desarrollo es imposible sin la indispensa­ble paz social, a la que todos aspiramos. Pero, como dijera el papa Pablo VI, para que haya paz debe haber justicia. Así que es tarea de todos luchar por una Honduras en la que haya justicia, respeto, tolerancia, diálogo, genuino interés por esta Patria.

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