Ciegos y embrutecidos
El título de la noticia decía: La policía de Tailandia encuentra mujer violada y asesinada después de que cuatro hombres la sacaran de la discoteca durante la final de la liga de campeones. Luego, como subtítulo: la víctima de 21 años fue drogada y llevada a un lugar aislado donde fue violada repetidamente y golpeada hasta la muerte. Hasta aquí, la cosa suena ya de terror (aunque no sea la primera vez que escuchemos o leamos algo como esto). Pero todavía hay más, desgraciadamente. Todavía hay algo más tétrico y espeluznante que verdaderamente debería ponernos los pelos de punta (en el sentido de reflexionar, recapacitar, comedir). ¿Qué es entonces? Primero, el desinterés peligroso que comanda en los días de hoy. Leamos: “Las cámaras mostraron al grupo cargándola afuera del bar hacia la parte trasera del automóvil ayudados por una amiga que pensó que ellos la llevarían a su casa”. Luego: “Otra amiga, que estuvo socializando con ella a tempranas horas, dijo haberla dejado contenta con el grupo pensando que todos eran amigos”. Por último: “¡Lo siento mucho! Si hubiera sabido que era la última noche en que estaríamos juntas, te hubiera cuidado mejor”. Desinterés, pues, que solo piensa en sí mismo: que no indaga, que no confirma, que no previene, que no advierte, que no anticipa, que no discierne. Y segundo, el embrutecimiento causado por el dios sexo. Como ya se dejó entrever, en el lugar había cámaras. Pero la calentura no les permitió a los pillos notarlo, o peor, les dijo “no pasa nada”. Por eso a la policía le fue fácil rastrearlos y arrestarlos pocas horas después de efectuado el crimen. Pero lo más tonto es haberse creído que ciertamente no pasaría nada. Sea que haya cámaras o no, si se decide postrarse ante el dios sexo, siempre pasará algo sombrío y calamitoso: las neuronas dejarán de trabajar, los ojos de ver, el corazón de sentir, y el cuerpo se convertirá en un arma de destrucción masiva.