Los animales son personas
Los vi morir, ahí, frentea mis ojos. Los cuatro langostinos se retorcían sobre la plan ch ah ir vi ente. Uno también brincaba, tratando de escapar de su inminentemuerte. Elruidodesu piel achicharrada sobre el metal se confundía con lo que parecían indescifrables gritit os de angustia. No cabía la menor duda que estaban sufriendo. Los ojos profundamente negros de los langostinos me veían, como pidiendo ayuda. Yyo, cobarde, nohicenada. El chef del tep pan yaki en la divertida zona de Roppongi, enTokio, nos preguntó en un viaje reciente si queríamos ver cómo cocinaba los langostinos vivo se, ingenuamente, ledijimos que sí. Fuimos testigos y cómplices de su tortura y asesinato. Yluego-¡peor!- nosloscomimoscon una sensación de asco y culpa. La desagradable experiencia me recordó el magistral libro del escritor Franz-OlivierGiesbert, Unanimales una persona( Alfaguara ). Su argumento es sencillo y provocador: no hay grandes diferencias entre los animales y los seres humanos. Todos sentimos, pensamos, nos comunicamos y nos reproducimos. Además, sus cinco sentidos-vista, olfato, oído, tacto y gusto-son muy superior esa los nuestros .“Nuestro ante pasado común era un tubo digestivo que reptaba por los océanos, con una boca para alimentar se y una no para
defecar ”, escribe Giesbert .“Nada más. Y de esa forma llegamos a serlo quesomos: humanos, aves, reptilese insectos. Todossemejantes, aunque nonosparezcamos”. Quienes hemos crecido con mascotas sabemos lo inteligente que son y cómo se convierten en parte de la familia. Mi gata Lo la vivió conmigo casi 20 años. Me acompañó en innumerables mudanzas y estuvo a mis pies durante 12 libros que he escrito. Murió hace poco y no exagero al decir que su ausencia estando lo rosa como si hubiera perdido aun gran amigo. Mi oficina todavía está llena de sus recuerdos y olores. S un set fue una perra estupenda. Mi padre nunca nos dejó tener un perro en la casa enMéxico-bastaban cuatro hijosyunahija-, peroyaenEstados Unidos adoptamos a una sensacional mezcla de labrador y be agle.S alía a correr ya andar en bicicleta con S unset, y nunca en mi vida he recibido bienvenidas más calurosas y ensalivadas que las que ella me daba. Murió hace años, pero mis hijos la extrañan tanto como yo. Con S un set y Lo la nos comunicábamos maravillosamente bien. Su intelecto y emotividad eran mucho más agudos y sofisticados que el de algunas personas que conozco. Paramínoeran, deningunamanera, seresinferiores. El libro deGi es bert está cargado
de anécdotas quede muestran la paridad, solidaridad y hasta superioridad de los animales respecto a los humanos. Cuenta, porejemplo, cómo en Sudáfrica“un grupo de elefantes decidió una noche liberar( es la palabra exacta) aun rebaño de antílopes en un vallado para trasladar lo a otro lugar .” Denuncia la hipocresía de quienes se o ponen alas corridas de toros, pero aceptan el“sacrificio ritual” de una buena cena de atún o pechuga de pollo. Si aceptamos que los animales son personas como nosotros, entonces¿ cómo podemos justificar su muerte para nuestra alimentación? Como muchos humanos, yo había hecho una arbitraria división entre perros, gatos, elefantes y delfines-por mencionar solo algunos-con el resto delosanimales. Nunca seme hubiera ocurrido, porejemplo, comerme amiga ta Lo la o a mi perra S un set, tampoco meterle una mordida aun pedazo deba llena u orangután. Pero mientras más pienso en los langostinos que vi morir en Japón, más difícil es decidir qué animales puedo comer y con cuáles puedo entablar amistad. Por ahora me empiezo a acostumbrara la idea de que esas absurdas diferencias que hemos puesto entre los animales y los humanos no tienen ninguna base científica. Los animales son personas .¿ Qué pensarán ellos de nosotros?
“QUIENES CRECEN CON MASCOTAS SABEN LO INTELIGENTE QUE SON Y CÓMO SE CONVIERTEN EN PARTE DE LA FAMILIA”