El turno de los corruptos
Como en los pasillos judicial es, en los juicios de jura dos hay un momento en que llega el turno del ofendido. Es el momento supremo de la víctima, su propicia ocasión para mostrar ante los jura dos el dolor y la gravedad de la ofensa. Es la hora del des quite. Pero también hay un turno para el acusado, su oportunidad de presentar los hechos de acuerdo a su propia versión, la ocasión de buscar y obtener algún rasgo de indulgencia o benévola neutralidad. Siempre hay un turno para todo y para todos, hasta para aquellos que se han considerado como intocables, elevados, superiores, inalcanzables para la justicia común y corriente. Los barones de la élite, los minúsculos dioses del Olimpo criollo ,“señoritos con aspecto de florero”, como los describía el poeta. En su reducida visión del entorno, no hay espacio para el castigo ni posibilidad alguna de persecución judicial. Ellos están por encima de esas minucias legales, lejos, muy lejos del llamado brazo del ajusticia. Es la interioriza ción profunda del sistema de impunidad, la etapa en que la percepción de intocables les conduce in voluntariamente al error, al exceso de confianza, a una cierta certeza de su invulnerabilidad. Y ese es el momento en que se vuelven más débiles y frágil es; cuando, sini maginar lo, dejan por doquier la marca maloliente de sus huellas, el rastro de la podredumbre… Siempre me sorprendió lo que entonces consideraba torpeza de muchos políticos sospechosos de corrupción. Enlosar chivos de los operador es de justicia abundaban las pruebas, contundentes, inverosímiles a veces: facturas de compras indebidas, pagos con tarjetas de crédito cargada sal tesoro nacional, copias de recibos sugerentes, transferencias financieras sospechosas o inexplicables, talones bancarios insinuantes, envíos misterios os, en fin. Muy pronto comprendí que la existencia de tantas evidencias no era el fruto del descuido ola torpeza del inculpado; era el resultado de su convicción de intocable, el ejemplo directo de su percepción de inmunidad. La sensación de impunidad había penetrado tan profundo en la conciencia del corrupto, que no le permitía concebir siquiera la necesidad de ocultar los rastros de su fechoría. Víctima de su propia convicción de ser inmune, el corrupto estaba convencido de ser impune. La inmunidad llevaba ala impunidad, yesta, en un ciclo tan perverso como regresivo, volvía reforzada para afianzar al sistema en su conjunto y fortalecer el es quema global de corrupción. Es lo que se considera un elemento clave del “estado de hiper corrupción ”. Así, deestamanera, una cadena de eslabones similares uní a ala inmunidad con la impunidad, ala justicia con la política, ala ley con lacorrupción. Pero llegó el turno del ofendido. La sociedad empezó a conocerlos detalles, a cual más burdo e insultante, de la trama global de la corrupción. Inició el desfile de las instituciones involucrada sy salpicadas, hasta que llegó el momento estelar ya pareció en escena la pandilla del Instituto del Seguro Social, el llamado “escándalo del IHSS”,l aprueba suprema del estrecho vínculo que amarra, en contubernio procaz, ala corrupción con la política y, por lo tanto, con los políticos. Se armó Troya y la gente acabó de tomar conciencia sobre la gravedad del problema y la necesidad de salir leal paso. Vinieron los desfiles de las antorchas, la reacción internacional y, en consecuencia, la llegada de la Maccih. Ahí comenzó otra historia… Hoy los corruptos de toda laya no acaban de entenderlo que está sucediendo. No comprenden cómo es que sus aliados y protector es los están abandonando. No descifran el nuevo lenguaje que viene de fuera, la presión externa, el decidido apoyo de Washington a la Maccihy ala Unidad Especial del Ministerio Público que los persigue, investiga yacusa (la Ufecic). No logran percibirla evaporación gradual, pero inevitable delas antiguas lealtad es y el nuevo re acomodo. Ya no essu mejor momento, al menos por ahora. Ha llegado el turno del ofendido, también porahora. El turno de los corrupto se salgo novedoso en nuestra historia. Ellos son los primeros sorprendidos y azorados. El hondure ño de a pie, en cambio, no solo sea sombra, también se divierte y da rienda suelta a su morbo interior para disfrutar el inesperado espectáculo. Es el turno del ciudadano.
La impunidad caLó tan profundamente en eL corrupto, que no ocuLtaba rastros de sus fechorías