El amor que educa
Aunque durante el noviazgo, casi deliberadamente evitamos reconocer los defectos del otro, una vez que la convivencia cotidiana nos permite conocer mejor al cónyuge, aquellos afloran inevitablemente. Además, la natural confianza que crece con el transcurrir del tiempo hace a un lado los respetos humanos y permite que nos vayamos mostrando tal cual somos, con todas nuestras virtudes y todas nuestras miserias. Así, la dulzura resulta matizada con arranques de mal humor o impaciencia, o la condescendencia relevada a veces por la crítica velada o manifiesta. Es en este momento en el que el matrimonio tiene la oportunidad de volverse más sólido, capaz de superar todos los obstáculos y, por supuesto, convertirse en una relación educativa. En otras palabras, cuando comienza a salir el cobre que todos llevamos bajo capa de reluciente oro, es cuando debemos trabajar para que los roces que se producen a partir de los defectos de ambos se vuelvan medios formativos que logren hacer de él y de ella mejores cónyuges, mejores padres, mejores personas. Claro está que se necesita voluntad e inteligencia para transformar las carencias del otro en instrumento de perfeccionamiento mutuo; se necesita voluntad e inteligencia para convertirse en orfebre y hacer del otro una verdadera joya. Para que eso sea posible, hay por lo menos un par de vicios que hay que desterrar de la relación. El primero es la ironía, el sarcasmo. Hay diversos niveles de susceptibilidad, pero por bajo que sea, a nadie le gusta que se burlen de sus puntos de mejora ni que se haga chiste de ellos, y menos en público. Ni el resto de la familia, ni los amigos, por cercanos que sean, deben convertir en espectadores de las debilidades de la pareja. Además, duele que sea aquel a quien queremos el que las exhiba groseramente. Luego, hay que acabar con la impaciencia. Hay procesos de mejora que toman mucho tiempo. Hay defectos tan arraigados que no se desarraigan de la noche a la mañana. Hay costumbres de familia, rasgos de carácter heredados, manías adquiridas en la infancia, que exigen paciencia de agricultor: sembrar en una estación para cosechar en otra. Encima, hay que saber distinguir los defectos objetivos de los subjetivos. Porque, a veces, nuestra propia óptica nos hará ver como falta lo que en realidad no es; habrá ocasiones en las que nuestras propias rarezas nos harán considerar como defectos los que no lo son. Lo importante es tener claro que cuando corregimos al otro lo hacemos porque lo queremos y no por fastidiarlo, porque el amor nos lleva a buscar su bien y no por capricho nuestro. Porque lo que se pretende es que, a medida que pasen los años, el otro sea mejor y tenga mayores posibilidades de ser feliz y de hacer felices a los que alternen con él dentro y fuera del hogar.
hay que tener cLaro que cuando se corrige se hace por amor y no para fastidiar, se busca eL bien