Diario La Prensa

El amor que educa

- Róger Martínez rmmiralda@yahoo. es

Aunque durante el noviazgo, casi deliberada­mente evitamos reconocer los defectos del otro, una vez que la convivenci­a cotidiana nos permite conocer mejor al cónyuge, aquellos afloran inevitable­mente. Además, la natural confianza que crece con el transcurri­r del tiempo hace a un lado los respetos humanos y permite que nos vayamos mostrando tal cual somos, con todas nuestras virtudes y todas nuestras miserias. Así, la dulzura resulta matizada con arranques de mal humor o impacienci­a, o la condescend­encia relevada a veces por la crítica velada o manifiesta. Es en este momento en el que el matrimonio tiene la oportunida­d de volverse más sólido, capaz de superar todos los obstáculos y, por supuesto, convertirs­e en una relación educativa. En otras palabras, cuando comienza a salir el cobre que todos llevamos bajo capa de reluciente oro, es cuando debemos trabajar para que los roces que se producen a partir de los defectos de ambos se vuelvan medios formativos que logren hacer de él y de ella mejores cónyuges, mejores padres, mejores personas. Claro está que se necesita voluntad e inteligenc­ia para transforma­r las carencias del otro en instrument­o de perfeccion­amiento mutuo; se necesita voluntad e inteligenc­ia para convertirs­e en orfebre y hacer del otro una verdadera joya. Para que eso sea posible, hay por lo menos un par de vicios que hay que desterrar de la relación. El primero es la ironía, el sarcasmo. Hay diversos niveles de susceptibi­lidad, pero por bajo que sea, a nadie le gusta que se burlen de sus puntos de mejora ni que se haga chiste de ellos, y menos en público. Ni el resto de la familia, ni los amigos, por cercanos que sean, deben convertir en espectador­es de las debilidade­s de la pareja. Además, duele que sea aquel a quien queremos el que las exhiba groseramen­te. Luego, hay que acabar con la impacienci­a. Hay procesos de mejora que toman mucho tiempo. Hay defectos tan arraigados que no se desarraiga­n de la noche a la mañana. Hay costumbres de familia, rasgos de carácter heredados, manías adquiridas en la infancia, que exigen paciencia de agricultor: sembrar en una estación para cosechar en otra. Encima, hay que saber distinguir los defectos objetivos de los subjetivos. Porque, a veces, nuestra propia óptica nos hará ver como falta lo que en realidad no es; habrá ocasiones en las que nuestras propias rarezas nos harán considerar como defectos los que no lo son. Lo importante es tener claro que cuando corregimos al otro lo hacemos porque lo queremos y no por fastidiarl­o, porque el amor nos lleva a buscar su bien y no por capricho nuestro. Porque lo que se pretende es que, a medida que pasen los años, el otro sea mejor y tenga mayores posibilida­des de ser feliz y de hacer felices a los que alternen con él dentro y fuera del hogar.

hay que tener cLaro que cuando se corrige se hace por amor y no para fastidiar, se busca eL bien

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