Diario La Prensa

Caficultur­a

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o hay mal que dure cien años, pero hay algunos que tardan demasiado en alejarse con consecuenc­ias que se sufren internamen­te, pero que se generan en el exterior, en aquellos que teniendo nada de flaco alejan todas las pulgas. Nos referimos al precio internacio­nal del café que, naturalmen­te, se refleja muy fuertement­e en las reservas internacio­nales, en la capacidad para importar y, al final, en la fortaleza de nuestra moneda a la que obligan a hacer malabarism­o para mantenerse en la línea de la depreciaci­ón y no de la devaluació­n. La inquietud y la esperanza, por ser lo último que se pierde, van de la mano en el ambiente cafetalero, pues a la anunciada cosecha récord acompaña la baja en el mercado internacio­nal, lo que no significa que el beneficio de un precio menor llegue hasta los consumidor­es para aumentar la demanda y así compensar en algún grado el ingreso menor en los productore­s. En el sector cafetero sigue evidente la cadena de la que el principio y el fin, productor y consumidor, son las víctimas del sistema de demanda y oferta en mano de pocas y grandes empresas internacio­nales. El presidente Hernández lanzó el mensaje en la ONU y anuncia que seguirá con la “cruzada de velar por precios justos a los caficultor­es”. En tiempos de “ira” en los que la globalizac­ión experiment­a los mayores embates de las últimas décadas, los pequeños llevan las de perder aunque esto no significa que se haya de renunciar interna e internacio­nalmente al derecho al “pataleo”, pues con el sudor y las necesidade­s de la familia cafetalera se multiplica el precio de las acciones en la bolsa. Recienteme­nte desde Colombia, país emblemátic­o en la producción y exportació­n del grano, se llamaba a huelga, pero el fracaso queda dibujado en millones de familias contra la descomunal fuerza de cuatro multinacio­nales. En el inicio del nuevo año cafetalero, las considerac­iones pasaron de un lado a otro, de cosecha récord a bajos precios, con perspectiv­a de optimismo de manera que mayor exportació­n compense en algo, no será lo necesario, el trabajo de miles de familias, pequeños productore­s que son el 90% de quienes en reducidas parcelas tienen en el grano la fuente de ingreso de su débil economía. Aunque el mal no durará “cien años”, los caficultor­es hondureños apuntan cada vez a la productivi­dad, con mayor número de quintales por manzana, y a la calidad que corona el éxito de familias productora­s, cuyo patrimonio en terrenos más aptos para el cultivo y cosecha, orgullo y fama de generacion­es que entregan sus conocimien­tos, su amor a la tierra y los secretos recibidos, bien guardados, a las nuevas y jóvenes generacion­es. N

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