Mi motor de oxígeno
La quema de árboles se ha convertido en un mal pasatiempo para algunos habitantes de las zonas montañosas de Honduras. Antes, al salir de mi casa, podía ver un hermoso paisaje donde apreciaba bellos árboles verdes, brillantes, que ayudaban a menguar el exorbitante calor de San Pedro Sula; ahora, como si una explosión nuclear hubiera acabado con toda esa vida vegetal, solo se puede ver suelo negro y cenizas de lo que antes era mi motor de oxígeno. No puedo juzgar a aquellos incendiarios porque no sé sus verdaderas razones para acabar con tan importante recurso. Aunque para algunos sean accidentes o negligencia de personas que realizan quemas para limpiar zonas con maleza, preparar cultivos o regenerar los pastos, nada justifica este delito contra la naturaleza, que debe pagarse con cárcel (de 6 a 12 años, para ser más específica). No me sorprende que la naturaleza nos pase la factura de este deterioro que ha tenido a lo largo de los años, no solo a aquellos que los han provocado, sino a todos nosotros, que no hemos hecho algo para restaurarlo. Cuando un bosque se quema, se hiere el presente y se mata el futuro. Me di cuenta de que si quería ver de nuevo mi paisaje color esmeralda tendría que poner de mi parte también, nuestro ecosistema pide ayuda a gritos, y cómo ignorarlo si gracias a él respiramos. Como dijo Martin Luther King: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo hoy todavía plantaría un árbol”. Reflexionemos en qué pasaría si siguen de esta manera las quemas en bosques, nuestra vida en la tierra sería un total reto. Recuerda que el árbol que has cortado hoy te hará falta para respirar mañana.
GABRIELA ISCOA