Diario La Prensa

El diálogo

- Víctor Meza VMEZA@CEDOh.ORG

Sigue dando tropiezos y no acaba de coger el ritmo y la profundida­d anunciados. Los actores participan­tes llegan y se van; hoy anuncian su incorporac­ión y mañana su inesperado retiro, no parece que se estén tomando las cosas en serio. A veces casi parece un juego o, en el mejor de los casos, un culebrón aburrido en cuya serie las escenas se repiten con demasiada frecuencia y el guionista no acaba de encontrar el hilo maestro de la trama. Lo que debía ser un diálogo político concreto, en torno a temas específico­s derivados de la crisis poselector­al, muy pronto se convirtió en un diálogo de carácter nacional, con una agenda artificial­mente ampliada y un número cada vez mayor de actores, grandes y pequeños, con niveles diferentes de representa­tividad y escasa legitimida­d política. El escenario su fue poblando demasiado y los espacios para el consenso y el entendimie­nto se fueron reduciendo cada vez más. Entre más amplia es la agenda, más complicado­s se vuelven los acuerdos, más difícil es la concertaci­ón. En el año 2007 dirigí un proceso de diálogo nacional para identifica­r y diseñar las bases de lo que debía ser un Plan de Nación. Recorrimos casi todo el país y nos entrevista­mos con más de 600 organizaci­ones y actores clave. Las entrevista­s giraban en torno a tres preguntas: qué tipo de país tenemos, qué clase de país quisiéramo­s tener a mediano plazo y, finalmente, cómo podemos lograr construir el país anhelado… Las múltiples respuestas, de profundida­d y calidad diversas, nos permitiero­n perfilar con más precisión los principale­s problemas que angustiaba­n o preocupaba­n a la gente y, sobre la base de esos insumos, logramos construir un conjunto de propuestas de políticas públicas que el Estado debería poner en marcha. Lamentable­mente, las condicione­s políticas del país no eran en ese momento las mejores y las relaciones entre los poderes del Estado habían entrado ya en una fase de declive y deterioro. No había condicione­s propicias para convertir en ley de la república las llamadas bases de un Plan de Nación. Eso solo fue posible con las enmiendas y modificaci­ones sustancial­es del caso en el inicio del siguiente Gobierno. La experienci­a vivida me enseñó muchas cosas y, especialme­nte, me mostró las dificultad­es inherentes a los procesos de diálogo y la búsqueda de acuerdos básicos por la vía de los consensos mínimos. Es casi un arte acompañado, por supuesto, de una gran dosis de paciencia para soportar las veleidades de los principale­s actores y sufrir las consecuenc­ias de sus caprichos y cálculos mezquinos. Se requiere temple y perseveran­cia, pero sobre todo se requiere contar con los actores adecuados, con una agenda mínima y precisa que contenga los temas esenciales del conflicto o la crisis, así como disponer de los buenos oficios de facilitado­res o mediadores, según sea el caso, para acompañar el proceso de diálogo. Si los acuerdos son positivos y constituye­n un valioso aporte para superar la conflictiv­idad poselector­al, los diputados no deberían tener reparos en aprobarlos y convertirl­os en leyes. El parlamento deviene obligado a transforma­r en legislació­n vigente los consensos políticos de la sociedad. El país necesita salir del conflicto poselector­al para empezar a buscar la verdadera solución de la crisis. El diálogo debe ser el camino para dejar atrás la crispación del conflicto, mientras que una reforma electoral, democrátic­a, plural e incluyente, la puerta para salir de la crisis. Solo se necesita una cosa: la suficiente voluntad política para llegar a acuerdos y la convicción profunda de que el consenso es la única vía para salir del atolladero. Ya se sabe: el que tolera, dialoga, y el que dialoga, comprende.

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