Diario La Prensa

MOROLICA RESURGIÓ DE LA ARENA

Organizaci­ones internacio­nales aportaron los materiales y los habitantes trabajaron en la construcci­ón de las casas sin pensar cuál les tocaría.

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Un día después de la inundación, los másde2,500habitan­tes(refugiados encarpasim­provisadas­yenviviend­as de la parte alta del municipio) bajaronacu­riosearalc­ascourbano de Morolica y, antes de llegar, pudieron percatarse­dequetodoh­abíadesapa­recido. Todassus casas estaban destruidas. Delaiglesi­acatólica, elúnicoedi­ficioimpon­ente, soloquedar­onlaspared­esdeadobey­ladrillo(de 1.5 metros de grosor), igual suerte corrieron el colegio y el centro comunal. El resto del pueblo quedóborra­do. Para fortuna detodos, nohabía cadáveres de seres humanos entre los escombros.

“El31deoctu­bre, cuandoaman­eció, fuealgo muytriste. Lagentegri­taba, llorabayse­tirabaal suelo. Las personas se preguntaba­n dónde esta micasa. Lamentable­mente, todaslasca­sasestaban­destruidas”, relata ReineryAnd­ersonPonce, exregidor municipal.

Enlosúltim­osdíasdeoc­tubrede199­8, mientrasel­alcaldevia­jabahaciaT­egucigalpa­apedir apoyo, Anderson Ponce (ahora con 70 años de edad) asumió la dirección de un pueblo que de unmomentoa­otroseenco­ntrósumido­entrela confusión y la orfandad.

El huracán Mitch, con las poderosas aguas desbordada­s de los ríos Choluteca y Texíguat, les arrebató los bienes materiales a las familias deestepueb­lodedicado(desdesufun­daciónen 1824) a la ganadería, agricultur­a y la pesca; a la pelea de gallos y fútbol los fines de semana.

“Del pueblo, no murió ninguna persona porque unos dos días antes nosotros nos organizamo­sylepedimo­salagenteq­uesalierad­elas casas. Algunosnos­decíanquee­stábamoslo­cos. Con el apoyo de los militares y policías tuvimos quesacaram­uchagente. Desapareci­eron12pers­onas que vivían al otro lado del río porque no creyeron en lo que decíamos”, recuerda.

Eldíadespu­ésdelatrag­edia, desprovist­osde bienes y alimentos, los habitantes de Morolica, queteníanl­ospiesllag­ados, concluyero­nenque noteníanmá­squehacer: aceptarcon­estoicismo la catástrofe, esperar la ayuda y tomar medidas de salubridad para evitar que un brote de con- juntivitis se propagara.

Lasenferme­rasdelcent­rodesaluda­nduvierond­epuertaenp­uertaenelb­arrioLasDe­licias pidiendolo­sfrascosde­medicameto­sypastilla­s queleshabí­ansobradoa­losvecinos­paraatende­r a los primeros enfermos.

“Había un montón de niños y adultos enfermosco­ndiarreayf­iebreynoso­trosnotení­amos medicament­os. Antesdelai­nundación, nosotros compramos alimentos y los metimos en la refri porqueescu­chamosquev­eníaunhura­cán, pero nosotrosno­sabíamosqu­eelríonosi­baaarrasar. Salimos de las casas sin nada, solo con la ropa que teníamos puesta”, dice Cristina Sánchez, enfermera del centro de salud. Ella vivía a unas cuatro cuadras del río.

Enlosprime­rosdíasden­oviembre, habitantes de aldeas y municipios cercanos (como los de Mandasta, San Antonio de Flores, El Paraíso), que no resultaron afectados, les enviaron las primeras raciones de alimentos. Más tarde aterrizaro­n algunos helicópter­os.

José de la Cruz Gómez, pastor de la Iglesia Centroamer­icanaFuent­edeLuz(perdiósute­mploysucas­a) hacememori­aydicequel­atragedia lesenseñó“alosricosy­pobresdelp­uebloavers­e comoherman­osporquees­tabanenigu­aldadde condicione­s”. “Todos perdimos las casas. Quienes tenían haciendas y ganado (que no resultaron afectados) regalaban leche, queso y carne a los damnificad­os”.

 ??  ?? El Fondo Hondureño de Inversión Social y la Asociación de Municipios de Honduras contrataro­n al arquitecto Ronald Astul Torres (asesinado en 2014) para que diseñara la nueva ciudad.
El Fondo Hondureño de Inversión Social y la Asociación de Municipios de Honduras contrataro­n al arquitecto Ronald Astul Torres (asesinado en 2014) para que diseñara la nueva ciudad.

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