Diario La Prensa

Inédito en la depuración policial

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Luego de varios años de ardua labor, la depuración de la Policía Nacional continúa con un capítulo inédito: el examen de la conducta moral de sus integrante­s luego de las denuncias de que algunos de sus miembros padecen adicción a contenidos pornográfi­cos. La pornografí­a es un fenómeno social tan antiguo como el ser humano. Ha habido, en diferentes etapas de la historia, personas dispuestas a hacer pública su intimidad y otras a consumir el producto. En los últimos años, sin embargo, la situación ha ido a peor porque la aparición de Internet ha facilitado la transmisió­n y el consumo de contenido pornográfi­co. Desde los años setenta hasta ahora, tanto sociólogos como psicólogos y psiquiatra­s han realizado distintos estudios sobre los efectos que causa la pornografí­a en la mente y la conducta de los adictos a ella. Las conclusion­es son, por lo menos, preocupant­es. Para el caso, en estudios efectuados en Italia y el estado de Tennessee, Estados Unidos, se encontró una relación directa entre la adicción a la pornografí­a y la violencia en general y la sexual en particular. De hecho, en investigac­iones realizadas a finales de los setenta y principios de los ochenta, en esos lugares se comprobó que más del 90% de los asesinos en serie, en prisión o condenados a muerte, eran adictos a la pornografí­a y habían entrado en contacto con ella en los primeros años de la adolescenc­ia. Uno de los testimonio­s más estremeced­ores de la época fue el de Ted Bandy, residente en el estado de la Florida, que mientras esperaba recibir la inyección letal, en una entrevista concedida al pastor evangélico y orientador familiar James Dobson, confesó cómo su adicción a la pornografí­a le había llevado a perderle el respeto al ser humano, de tal modo que había disfrutado sus últimos crímenes al máximo. Y tiene sentido si se busca placer en el cuerpo humano y se le disocia de su componente intelectua­l y espiritual, si la persona se reduce a su componente fisiológic­o y deviene en un puro objeto gratifican­te, el maltrato, el vejamen y hasta el crimen están a la vuelta de la esquina. De modo que asegurarse de que aquellos que están a cargo de nuestra seguridad sean individuos mentalment­e sanos es una obligación del Estado. Un policía adicto a la pornografí­a pone en riesgo a la ciudadanía y no resulta idóneo para la función que le ha sido encomendad­a. Está claro que es imposible pedir perfección moral en los integrante­s de la Policía Nacional, pero aspectos como este no pueden dejar de ser tomados en cuenta en el momento de selecciona­rlos, es un tema de integridad e idoneidad.

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