Diario La Prensa

DeMoscúa Mongolia

- El tren pasa por cinco husos horarios. Ofrece toda una experienci­a para disfrutar. Dos turistas disfrutan de las vistas en Listvyanka. El viaje en el transiberi­ano lleva al pasajero al lejano oriente de Rusia, de Moscú a Ulan Bator, la capital de Mongoli

en verano, cuando muchos más turistas se suben a los vagones. En la vastedad del paisaje cubierto de heladas domina el color blanco y en las ventanas del tren se forman flores de escarcha. ¿Cómo puede aguantar la gente la vida en estos crudos inviernos? Se lo preguntamo­s a Tatiana Shugantsva, ex directora de una sucursal bancaria, que junto con su esposo Serguei y su hijo Denis regenta una pensión en su propia casa en Irkutsk. ¿No es deprimente la vida durante los largos inviernos tan fríos? A Tatiana le asombra esta pregunta. La mujer, de 59 años, ama ese frío, el crujido de nieve debajo los zapatos y el sol invernal. Pero también le encanta el breve verano intenso. “Siberia es mi vida. Para mí, Siberia significa libertad y amplitud del alma”. Para los extranjero­s, el tiempo es un tema de conversaci­ón permanente. Durante el viaje nocturno a Irkutsk, la temperatur­a cae a 31 grados bajo cero, un nivel récord en el trayecto. De día, nadie permanece al aire libre más de lo necesario, ni siquiera en excursione­s cómodas. El lago Baikal, que en realidad es un mar interior, es una de las aguas más mágicas del mundo, que en invierno adquiere un encanto especial. De los embarcader­os en la orilla de Listvianka cuelgan carámbanos. Durante una excursión en barco, el viento en la cubierta superior corta la cara de forma implacable. Un viaje en telesilla hacia las montañas próximas a Listvianka cambia la perspectiv­a. Aquí, en medio de bosques mágicos profundame­nte nevados, con una vista panorámica del lago, los esperados sueños de invierno se hacen realidad. En Ulan-Ude, el tren transmongó­lico se separa del clásico tren transiberi­ano y pone rumbo a Mongolia. En Ulan Bator, la estación final, el aire está impregnado del humo de estufas de carbón. Vienen a la mente recuerdos de Genghis Khan. Aquí, los monasterio­s budistas han sustituido a las iglesias ortodoxas de Rusia. La última excursión nos lleva a la “Suiza mongólica”, el parque nacional montañoso de Gorkhi-Terelj. Una visita espontánea a una familia nómada que posee cientos de animales, en su mayoría cabras de Cachemira y ovejas, y dos grandes yurtas cómodas como alojamient­o de invierno. En el interior, los anfitrione­s ofrecen a los huéspedes en sofás cama leche enriquecid­a con vodka. Un pedacito de auténtica Mongolia como despedida.

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