El nombre del juego
Recuerdo la época en mi niñez y adolescencia cuando las personas eran genuinas. Muy raramente se escuchaban malas expresiones sobre alguien. La vida transcurría con normalidad y esa parecía ser la única forma como podía vivirse. No había disonancias. La gente se dedicaba a sus actividades, compartía y era solidaria. No tengo recuerdos de situaciones de confrontación, de intolerancia, y de violencia en todas sus expresiones como se ve actualmente. Las cosas cambiaron en algún momento. Fue imperceptible. La “modernidad” tuvo mucho que ver con el cambio. Nos volvió frívolos y materialistas. Empezamos a valorar todo desde la perspectiva del dinero y lo que se podía adquirir con él. La sociedad de consumo que nosotros mismos como baby boomers creamos vino a ponerle la tapa alpomo. Y desde entonces todo se degeneró. Y años tras años hemos ido acrecentando esta concepción de atesorar lo material, y nos hemos adentrado en esta selva de vida donde hay que luchar a diario abriéndose paso entre la maraña de conflictos, dramas, traiciones, egoísmo, deslealtades, hipocresías, calumnias y envidias. La gente ya no vive para sí misma. Vive pendiente de los demás. Y no tolera que alguien pueda tener más, ser más inteligente, más agraciado físicamente o inclusive más feliz. Y hace uso de todo lo que tenga a la mano para sentirse mejor cuando se compara con otros que él considera más afortunados. No tolera la felicidad en otros. Y entonces sucede lo que estamos viviendo en nuestro país. Descalificamos todo. Nada es bueno, nada sirve, nadie tiene la razón, nadie es honesto, nadie es íntegro, no hay verdad en ningún lugar. Nada ni nadie, a menos que se trate de nosotros. Y esto lo vemos en todas las actividades, pero encuentra su máximo exponente en la política. Hay una nueva generación de políticos, un grupo, no todos, que es fría y calculadora como nunca. A estos no les tiembla la voz ni el alma cuando mienten para descalificar todo aquello que no les conviene. Su fin es ganar y harán lo que sea, léase bien, lo que sea para hacerlo. Deben dar una imagen de inteligentes, patriotas y de personas confiables. Mentirán por obligación. Saben que en ausencia de mérito propio, deben opacar el brillo ajeno. Y es que el objetivo práctico de la política es el poder, cómo conquistarlo y cómo mantenerlo. Triste panorama el que se avizora. Peor aún es que los simples mortales que comprende el pueblo han tomado partido en esta lucha de ambición de poder y así se manifiestan a favor de unos y otros. Y emiten opiniones, se separan familias, se terminan amistades de toda la vida, por no caer a la razón que toda opinión política es sesgada y nadie le dará la razón al que disienta en criterios o colores. Que lo que los políticos hacen como forma de vida no tenemos que aplicarlo en las nuestras. Que ellos lo hacen por obligación, y nosotros le ponemos la pasión, el sufrimiento. Debemos empezar ya a generar políticos distintos. Que sean diametralmente opuestos a los actuales. Que soslayen la confrontación. Que lejos de descalificar todo sepan reconocer el mérito cuando exista. Que sean generosos en sus apreciaciones de los demás sin temor a la comparación. Que la integridad sea su escudo. Que el honor sea su cayado. Que la excelencia sea su estandarte. Descalificación se llama el nombre del juego en nuestro país. Unos lo practican por necesidad, y otros por necedad. En un juego patético.
juegopatético, La descaLificación, queunosLo practicanpor necesidadyotros pornecedad.