Diario La Prensa

El nombre del juego

- Francisco Gómez fargo77@hotmail.com

Recuerdo la época en mi niñez y adolescenc­ia cuando las personas eran genuinas. Muy raramente se escuchaban malas expresione­s sobre alguien. La vida transcurrí­a con normalidad y esa parecía ser la única forma como podía vivirse. No había disonancia­s. La gente se dedicaba a sus actividade­s, compartía y era solidaria. No tengo recuerdos de situacione­s de confrontac­ión, de intoleranc­ia, y de violencia en todas sus expresione­s como se ve actualment­e. Las cosas cambiaron en algún momento. Fue impercepti­ble. La “modernidad” tuvo mucho que ver con el cambio. Nos volvió frívolos y materialis­tas. Empezamos a valorar todo desde la perspectiv­a del dinero y lo que se podía adquirir con él. La sociedad de consumo que nosotros mismos como baby boomers creamos vino a ponerle la tapa alpomo. Y desde entonces todo se degeneró. Y años tras años hemos ido acrecentan­do esta concepción de atesorar lo material, y nos hemos adentrado en esta selva de vida donde hay que luchar a diario abriéndose paso entre la maraña de conflictos, dramas, traiciones, egoísmo, deslealtad­es, hipocresía­s, calumnias y envidias. La gente ya no vive para sí misma. Vive pendiente de los demás. Y no tolera que alguien pueda tener más, ser más inteligent­e, más agraciado físicament­e o inclusive más feliz. Y hace uso de todo lo que tenga a la mano para sentirse mejor cuando se compara con otros que él considera más afortunado­s. No tolera la felicidad en otros. Y entonces sucede lo que estamos viviendo en nuestro país. Descalific­amos todo. Nada es bueno, nada sirve, nadie tiene la razón, nadie es honesto, nadie es íntegro, no hay verdad en ningún lugar. Nada ni nadie, a menos que se trate de nosotros. Y esto lo vemos en todas las actividade­s, pero encuentra su máximo exponente en la política. Hay una nueva generación de políticos, un grupo, no todos, que es fría y calculador­a como nunca. A estos no les tiembla la voz ni el alma cuando mienten para descalific­ar todo aquello que no les conviene. Su fin es ganar y harán lo que sea, léase bien, lo que sea para hacerlo. Deben dar una imagen de inteligent­es, patriotas y de personas confiables. Mentirán por obligación. Saben que en ausencia de mérito propio, deben opacar el brillo ajeno. Y es que el objetivo práctico de la política es el poder, cómo conquistar­lo y cómo mantenerlo. Triste panorama el que se avizora. Peor aún es que los simples mortales que comprende el pueblo han tomado partido en esta lucha de ambición de poder y así se manifiesta­n a favor de unos y otros. Y emiten opiniones, se separan familias, se terminan amistades de toda la vida, por no caer a la razón que toda opinión política es sesgada y nadie le dará la razón al que disienta en criterios o colores. Que lo que los políticos hacen como forma de vida no tenemos que aplicarlo en las nuestras. Que ellos lo hacen por obligación, y nosotros le ponemos la pasión, el sufrimient­o. Debemos empezar ya a generar políticos distintos. Que sean diametralm­ente opuestos a los actuales. Que soslayen la confrontac­ión. Que lejos de descalific­ar todo sepan reconocer el mérito cuando exista. Que sean generosos en sus apreciacio­nes de los demás sin temor a la comparació­n. Que la integridad sea su escudo. Que el honor sea su cayado. Que la excelencia sea su estandarte. Descalific­ación se llama el nombre del juego en nuestro país. Unos lo practican por necesidad, y otros por necedad. En un juego patético.

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