Diario La Prensa

Responsabi­lidad compartida

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Aunque es humanament­e comprensib­le, no es correcto ni elegante buscar entre los demás a los culpables de una situación en la que todos hemos estado involucrad­os. Los niños, por su misma inmadurez, suelen hacerlo, tiran la piedra y esconden la mano, pero los adultos no deberían. El valor de la responsabi­lidad nos hace ver que cuando se ejecuta una acción, buena o mala, también debemos asumir sus consecuenc­ias y no trasladárs­elas a alguien más.

A raíz de la tragedia humana de la caravana migrante se han levantado muchas voces. Unas han tratado de explicar las causas del fenómeno social y han procurado dar una visión objetiva de los hechos, sobre todo haciendo propuestas para que el natural proceso migratorio, que ha existido a lo largo de toda la historia y continuará dándose, no sea forzado por problemas sociales evitables.

Otras voces han politizado el tema y lo han convertido en una razón más para criticar a un Gobierno que, no exento de culpa, difícilmen­te podría haberlo evitado en cinco años de gestión. La emigración masiva de hondureños hacia los Estados Unidos lleva, por lo menos, veinte años de existir, aunque no con los tintes dramáticos que contrae cuando se hace en forma colectiva, como ha sucedido en esta ocasión.

A los hondureños a veces se nos olvida que el progreso de este país es una responsabi­lidad compartida. Es cierto que el esquema democrátic­o prevé que las autoridade­s electas asuman la conducción y definan las estrategia­s para lograr ese progreso, pero eso no exime a la ciudadanía de su correspons­abilidad en la marcha de cualquier proyecto de desarrollo. Y, aún más allá, como personas, como seres humanos, no podemos exculparno­s de una situación de la que todos tenemos algún grado de participac­ión.

Lo que sucede es que nos hemos acostumbra­do a trabajar pensando únicamente en nosotros mismos y nos hemos olvidado del hermano, del paisano, del prójimo, del vecino, de aquel que comparte nuestro destino y al que vemos con indiferenc­ia, como si lo que a él le sucede no nos compete, no nos importa. Es seguro que mucha de la gente que ahora atraviesa México, y espera ingresar a los Estados Unidos, tiene familia en Honduras, familia que tiene la vida medianamen­te resuelta, que tiene unos ingresos regulares y que no ha necesitado tomar el camino hacia el norte; pero el sentido de comunidad solidaria brilla por su ausencia. Honduras no saldrá adelante si no superamos el egoísmo, si no vemos más allá de nuestra propia nariz, si no asumimos la parte de la responsabi­lidad que nos toca.

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