Las transferencias o remesas
Un reciente reportaje de este diario revela que los hondureños migrantes han enviado en lo que va del presente año la suma de 3,982 millones de dólares por concepto de remesas familiares, estimándose por el Banco Central de Honduras (BCH) que al final de 2018 superen los 4,500 millones de dólares, una cantidad superior a cualquier rubro de exportación, como el banano, el café o los minerales juntos, y más que la maquila en sí. Lo que quiere decir que nuestra endeble economía está siendo sostenida por los mal llamados “ilegales”, quienes son a nuestros ojos personajes silenciosos a quienes no se les reconoce en el país este esfuerzo y sacrificio que los convierte en los héroes anónimos de nuestra realidad. La mayoría de los migrantes hondureños son personas que huyen de la pobreza, de la inseguridad y de la falta de oportunidades, que han abandonado el terruño patrio yendo hacia los Estados Unidos, como los de la caravana que atraviesa territorio mexicano y que la integran unos 7,500 hondureños, según cifras de la ONU, para asentarse en las principales urbes de dicho país como indocumentados y en algunos pocos casos como asilados e insertarse en una sociedad que los excluye y en un mercado que les retribuye con bajísimos salarios, pero aun así logrando enviar a sus familias aquella gigantesca suma de dinero, que constituye, conforme el BCH, la fuente más importante de divisas del país. Este flujo dinerario, tal como LA PRENSA lo apunta, representa también uno de los principales rubros de nuestra balanza de pagos que supera cualquier inversión local o extranjera y aun los recursos derivados de la cooperación internacional. Que las hace ser consideradas como un vital elemento de desarrollo y no meras transferencias a familiares, como pudiera pensarse. Las remesas son una especie de capital o recursos privilegiados para las finanzas hondureñas y que, si fueran mejor gestionadas, podrían contribuir a superar las condiciones de vulnerabilidad social y la precariedad económica, además de la inseguridad, que han sido precisamente la motivación de aquellos connacionales para abandonar el país en su búsqueda de una mejor vida. Constituyen de acuerdo con la teoría keynesiana un instrumento de crecimiento y desarrollo, y que aun cuando se gaste en bienes de consumo tienen un impacto multiplicador sobre el producto interno bruto (PIB) y en la reducción de la pobreza, aunque sean una consecuencia de nuestro subdesarrollo. Esto debería imponer al Gobierno orientar una mejor gestión de estos vitales recursos y a reconocer por justicia los esfuerzos de estos hondureños, que constituyen hoy por hoy la tabla de salvación de nuestra economía.