Hemos optado por la paz
E l clima político que se ha respirado en distintos momentos de la historia nacional, desde los años ochenta hasta estos días, se ha prestado para que algunos hondureños, pocos, pero con cajas de resonancia bastante ruidosas, hayan hecho y hagan apología de la violencia como medio para la transformación social de nuestro país. Incluso desde antes, cuando nuestros vecinos centroamericanos se desangraban a causa de conflictos fratricidas, hubo personas y grupos interesados en promover el caos para poder pescar en río revuelto y así convertir a Honduras en teatro de sus posturas ideológicas de raigambre marxista, que en poco o en nada han facilitado el desarrollo en los países en los que se han convertido en guía para el progreso económico de la población. Inmediatamente después de la salida del expresidente Zelaya del poder, él mismo intentó organizar un grupo armado, al estilo de las guerrillas de izquierda, y los medios lo mostraron haciendo lo suyo desde territorio nicaragüense. Al final, no recibió el respaldo esperado y decidió retirarse al exilio dorado en la Dominicana, desde donde regresó gracias a los Acuerdos de Cartagena, que son los que aún le dan protección, y eso fue bueno. En todas las naciones se han dado, en algún momento, crisis que han exigido hacer excepciones legales por el bien mayor, que es la paz, y sin la cual no hay desarrollo posible ni bien común en el horizonte. La crisis política suscitada luego de las elecciones del año pasado ha servido, de nuevo, de pretexto, para que los violentos hayan hecho de las suyas. Frescas están en la memoria las escenas de negocios saqueados, patrullas policiales y camiones del Ejército en llamas, vías públicas bloqueadas, terror y zozobra en el pueblo y, desde entonces, cada vez que el Partido Libre convoca a una marcha, no falta que alguno de los que participa en ellas aproveche para sembrar el desorden y obstaculizar el desarrollo de la vida de los ciudadanos ajenos a toda situación política y que rechazan este tipo de acciones. Los promotores de la violencia parece que no han entendido el contundente mensaje que el pueblo hondureño les ha enviado en los últimos meses: queremos paz, queremos diálogo, busquemos solución a los desacuerdos sentados a conversar, déjennos trabajar, no impidan que nuestros niños y jóvenes asistan a sus centros de estudio, respeten el derecho a diferir, no nos hagan rehenes de sus intereses personales o grupales, puesto que los hondureños hemos optado por la paz y no estamos interesados en que la sangre de nuestros hermanos se derrame por la terquedad de ciertos líderes perversos.