Diario La Prensa

Bienvenido diciembre

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A demás de un clima más benigno, diciembre es, sin duda, el mes más entrañable del año y el que todos esperamos. Y no solo porque contamos con un poco más de dinero, gracias al pago del décimo tercer mes de salario o aguinaldo, sino porque, celebramos en él la que es, sin duda, la fiesta de las familias: la Navidad. De hecho, la causa remota de que se nos conceda un salario extra se encuentra en un motivo teológico, religioso: el nacimiento del Niño Jesús, que se nos da como regalo para reconcilia­r al género humano con la divinidad. Diciembre es un mes en el que el ser humano muestra su mejor lado; se viven en él, más que en ningún otro momento del año, valores como la solidarida­d, el servicio a los demás o el desprendim­iento; se organizan incontable­s proyectos de ayuda a los más necesitado­s desde diferentes ángulos de la vida social y así el mundo se vuelve un sitio menos inhóspito, más cálido, más acorde con las necesidade­s espiritual­es de las personas. Diciembre es el mes de la familia. Hay como un imán que nos atrae hacia los que más queremos. En estos días volvemos a ver a amigos y parientes a los que, debido al trajín cotidiano, no vemos durante casi todo el año. Esa cercanía nos hace experiment­ar esos afectos que le dan sentido a la existencia, nos hace sonreír y nos ayuda a alejar todo tipo de sentimient­os negativos como el rencor o la amargura. Diciembre es el mes de la familia porque en el centro de la fiesta está aquella pequeña familia, primero de Belén, luego de Nazaret, que tanta alegría ha dado al mundo a lo largo de más de dos mil años y que continúa inspirando a todas las que habitamos este planeta. Un hombre sencillo, un obrero que se ganaba la vida con el trabajo de sus manos; una mujer joven que se dedicaba a sacar adelante un hogar sin hacer nada extraordin­ario, ocupándose de lo habitual de una ama de casa de sus tiempos; un niño que, a pesar de ser Dios mismo en carne humana, jugaba, comía y dormía como uno más, sin exigir privilegio­s, sin reclamar un trato acorde con su naturaleza divina, y que supo, hasta que llegó el momento de empezar su predicació­n por los pueblos de Palestina, ser el hijo del carpintero, uno más de la aldea, igual que sus vecinos, igual que todos los demás. Que este mes que hoy comienza no pase sin que luchemos por ser mejores, por hacer felices a los que nos rodean, por hacer de Honduras un lugar en el que vale la pena vivir.

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