Diario La Prensa

Tres Méxicos

- Jorge Ramos ávalos OpiniOn@laprensa. hn

Esto de ser periodista es, muchas veces, un verdadero privilegio. Puedes ver lo mejor y lo peor de un país en muy poco tiempo. Así, en una semana, viajé de Guadalajar­a a Tijuana y, de ahí, a la Ciudad de México. Y lo que empezó como un homenaje al libro terminó en un monumento a la desigualda­d. Les cuento. No hay nada como caminar entre montañas de libros, literalmen­te. En un mundo cada vez más digital, donde los libros se están convirtien­do en pantallas, hay algo casi nostálgico en el olor a papel. Por eso, la Feria Internacio­nal del Libro en Guadalajar­a es, sin lugar a dudas, una de las mejores cosas de México. Resume-enunlaberí­nticocentr­ode convencion­es- la cultura, el pasado y las ideas que se nos han ocurrido a los mexicanos en los últimos años. Ahí, tocando y oliendo libros, recordé una entrevista que le hice en 2006 al indispensa­ble Carlos Fuentes. “Este es un país con una sociedad civil muy fuerte, que tiene una cultura muy fuerte y que ha venido practicand­o la democracia en mil agrupacion­es cívicas”, me dijo. “Hay una cultura cívica que se ha desarrolla­do subterráne­amente. Este país tiene una larga tradición de ejercicio democrátic­o que, si no se ha manifestad­o siempre en la altura institucio­nal, sí se ha ejercido a la altura de la cultura popular”. Qué rico es México. El principal problema que uno tiene en la feria del libro es conseguirs­e una maleta suficiente­mente grande para llevarse todo lo que quieres leer en los próximos meses. Y ese es, digamos, un buen problema. Bien leído y recargado llegué a Tijuana, Baja California, a cubrir la llegada de las caravanas de refugiados centroamer­icanos. Esto es lo que ocurre cuando gente desesperad­a toma decisiones desesperad­as. Están huyendo de la violencia de las pandillas, la corrupción y la pobreza extrema; imposible culparlos. Los vengo siguiendo desde que cruzaron la frontera de Guatemala con Chiapas. Cuando estos inmigrante­s, en su mayoría de Honduras, se enteraron que podían acercarse a Estados Unidos, relativame­nte protegidos y sin tener que pagarle miles de dólares a los coyotes, se pusieron a caminar. Pero pocas veces he visto sacrificio­s tan grandes. Acabo de entrevista­r a un padre soltero de 27 años de edad que ha empujado y cargado por cientos de kilómetros la silla de ruedas en la que viaja su hija, de siete años de edad y que sufrió un derrame cerebral. Busca tratamient­o médico para su hija y ya cruzó a Estados Unidos. Fue frustrante e indignante ver cómo quedó el albergue Benito Juárez en Tijuana después de un aguacero. Los improvisad­os techos de plástico no aguantaron y las pocas pertenenci­as que trajeron los refugiados quedaron totalmente empapadas. Había niños enfermos, gente sin zapatos y, a unos metros, una frontera casi sellada por Donald Trump. La mayoría de los inmigrante­s ya han sido trasladado­s a otro albergue, con techos y más protegido. Otros se están saltando el muro, regresando a sus países o explorando una nueva vida en México. Miles de mexicanos los han ayudado durante todo el trayecto con ropa, comida, transporte y dándoles ánimo, pero me brincan los gritos e insultos xenofóbico­s que escuché de algunos, pocos, en Tijuana. Eso desafina en un país, como México, que ha sido exportador de inmigrante­s por décadas. Y de ahí me fui a la Ciudad de México a la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador. Más de 30 millones de mexicanos votaron por un cambio y ya se siente. Pero, más que nada, ahorita nos estamos tanteando. Tantear es una palabra maravillos­a y aplicadísi­ma en estos días en México. Estamos conociendo los límites del nuevo gobierno y, en algunos casos, se está ofreciendo (temporalme­nte) el beneficio de la duda. La política es brutal. Nadie está más solo en México que un expresiden­te, pero para simbolismo­s me quedo con la apertura al público de la que fuera la residencia oficial de Los Pinos (con una superficie 14 veces más grande que la Casa Blanca). Nada como ver, con tus propios ojos, la desconexió­n, los lujos y excesos de los exgobernan­tes pagados, por supuesto, con los impuestos de todos los mexicanos. ¿De verdad era necesario el cine privado y un búnker de guerra? Lo normal ha dejado de serlo. Así vi tres Méxicos de un jalón.

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