Diario La Prensa

Derechos humanos, setenta años

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El pasado lunes se cumplieron setenta años desde que la Organizaci­ón de las Naciones Unidas proclamara la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos. Esta, como todas las declaracio­nes de este tipo, buscaba sentar las bases para que, en todos los Estados que forman parte de la ONU, se impulsaran unas políticas y una legislació­n que salvaguard­aran, sobre todo, la dignidad de la persona humana. Evidenteme­nte, no es que los derechos humanos nacieran con esta declaració­n, sino que se pretendía que al hacerlos claramente manifiesto­s se facilitara su respeto y su defensa. A estas alturas del siglo XXI, lo cierto es que hay muchísimo camino que recorrer para que la dignidad del ser humano se reconozca y defienda como debería, puesto que en la mayoría de los países se hace una defensa parcial, se admiten excepcione­s o termina por estar sometida a legislacio­nes particular­es o a condiciona­ntes políticos y culturales. Desde los primeros cinco, una vez que se cotejan con la realidad, puede notarse que no han logrado trasladars­e plenamente del papel a la calle. La conducta fraterna a la que hace referencia el primero es un anhelo humano, pero está lejos de vivirse. El globo terráqueo continúa siendo testigo no solo de tensiones y enfrentami­entos entre estados y naciones, sino entre ciudadanos de la misma patria. La xenofobia, el odio al desconocid­o, la imposición de ideologías e, incluso, creencias religiosas es común en regiones enteras. La igualdad, independie­ntemente del sexo, el color de la piel, las conviccion­es religiosas, idioma o lengua continúa siendo una aspiración y poco más. Mientras haya países en los que las mujeres sean ciudadanas de segunda o tercera categoría, mientras se les dé en matrimonio cuando no han salido de la niñez, mientras existan los mal llamados “crímenes de honor”, mientras haya “esclavas sexuales” o mutilacion­es de diverso género, el segundo punto de la declaració­n seguirá siendo un sueño. Mientras los cristianos continúen siendo perseguido­s en Pakistán o en Irán, ni haya libertad religiosa en China continenta­l o en otros países gobernados por regímenes clericales; mientras en naciones tan cercanas como Nicaragua o Venezuela se persiga a la Iglesia Católica por criticar al Gobierno, ese segundo postulado será poesía pura y nada más. Mientras el aborto sea considerad­o legal o una opción “anticoncep­tiva” más y se gasten millones en su promoción tampoco habrá verdadero respeto a la vida. Desafortun­adamente, hay en la ONU países que están ahí por pura convenienc­ia, por pura diplomacia internacio­nal, pero que no están comprometi­dos ni interesado­s en estarlo, con una auténtica defensa de la dignidad humana.

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