El respeto al derecho ajeno
La archiconocida sentencia, atribuida al prohombre mexicano Benito Juárez, que da título a este editorial y que completa se lee: “el respeto al derecho ajeno es la paz”, cobra vigencia en nuestro país hoy más que nunca. Luego de más de un mes de marchas y bloqueos a la circulación de personas y bienes en algunas de las vías públicas, la población ha manifestado cierto hastío porque algunos hondureños les impiden continuar con las rutinas que les permiten llegar a su centro de trabajo o de movilizarse hacia donde les apetezca. Está claro que todos los seres humanos tenemos derechos y que, a veces, pensamos que nos están siendo conculcados, y, por lo mismo, reclamamos que se nos garanticen o se nos devuelvan, y eso está bien; pero reclamar derechos a costa de violentárselos a otros es una contradicción. Para el caso, si para poder sustentar a mi familia debo desplazarme hacia mi centro de trabajo y no puedo acceder a él o debo poder medios extraordinarios para hacerlo, se está irrespetando mi derecho a circular e, incluso, a ejercer mi actividad laboral. Si tengo un problema de salud y, en procura de tratamiento y medicamentos, debo visitar un médico o acudir a una clínica o centro de salud y se me impide el paso hacia mi destino, también se está violentando mi derecho a combatir mi enfermedad.
Y en una sociedad medianamente civilizada, en la que se supone no hay privilegios ni derechos especiales o particulares, el respeto al derecho ajeno es obligatorio porque el del conciudadano es irrenunciable. Evidentemente, hace falta un proceso de reflexión intelectual en los protagonistas de tomas y bloqueos porque su conducta manifiesta que desconocen las reglas mínimas de convivencia, de civilidad y urbanidad. El problema es que, dándole vuelta a la frase que nos ocupa: el irrespeto al derecho ajeno lleva a la violencia. Es decir, así como hay quien, haciendo uso de la fuerza, me impide ir de un sitio a otro en su particular manera de protestar ante una supuesta injusticia, yo puedo hacer uso de la misma fuerza para obligarlo a dejarme ejercer mi derecho de circulación, y esto último debemos evitarlo, sobre todo porque, y es esa una realidad incontrastable, la aplastante mayoría de la ciudadanía de este país está en contra de estos métodos para protestar que entorpecen su diario vivir y que, sin resolver nada, generan descontento y rechazo. Es tiempo de terminar, de una vez por todas, con estas prácticas irrespetuosas y privilegiar el diálogo inteligente y civilizado como recurso para buscar el bien común.