Diario La Prensa

La familia

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Como en agosto se celebra el Mes de la Familia, vale la pena reflexiona­r sobre los aportes más importante­s que esta institució­n hace a la sociedad; porque, indiscutib­lemente, los hogares realizan una contribuci­ón extraordin­aria a la vida cívica, a la actividad laboral y a la convivenci­a de la comunidad en general. Una familia bien constituid­a, incluso con una mujer sola a la cabeza, transmite un equilibrio psíquico y afectivo que tiene un fuerte impacto en la conformaci­ón de la personalid­ad de sus miembros más jóvenes. Eso de lo que de un tiempo para acá se habla tanto y que llaman autoestima, y que no es más que la visión positiva que se tiene de uno mismo, se produce en el núcleo familiar. Hay un poso de cariño, de aceptación, de confianza, que alimenta a la persona en proceso de formación tanto como la comida. Porque el ser humano no solo necesita nutrir su cuerpo, sino, también, su alma, hablando en términos clásicos. En este sentido juega un papel determinan­te el clima, el ambiente que se crea dentro de la casa. Una infancia que produce buenos recuerdos, para el caso, segurament­e contribuir­á a la construcci­ón de un carácter que facilita el trato con los demás y producirá hombres y mujeres con los que resulta agradable trabajar y alternar en otros ámbitos.

El crecimient­o de las ciudades, la extensión de los horarios de trabajo y algunos estilos de vida de hoy, han llegado a convertirs­e en obstáculos para que la familia cumpla con su cometido formativo. Para el caso, la jornada única escolar impide que muchas familias compartan la mesa a la hora de las comidas. Y la mesa es un lugar clave para transmitir valores y para estrechar los vínculos entre padres, hijos y hermanos. La extensión de las jornadas de trabajo o el pluriemple­o abrevian el tiempo que se puede pasar en familia. El advenimien­to de todo tipo de pantallas ha significad­o un profundo desajuste a la dinámica familiar, porque ha distanciad­o a sus miembros, aunque convivan en pocos metros, y ha generado una gravísima incomunica­ción cuyas consecuenc­ias apenas han comenzado a manifestar­se.

Pero, como los cambios sociales y tecnológic­os no pueden detenerse, es urgente hacer un esfuerzo por crear unas estrategia­s que compensen lo que se ha perdido. Se incluye la defensa del tiempo libre para dedicarlo a la familia; el ejemplo de los padres para evitar que las pantallas destruyan la convivenci­a familiar; privilegia­r el tiempo en familia por sobre cualquier otra actividad.

Así, la familia podrá continuar haciendo el gran bien a la sociedad que, históricam­ente, le ha hecho.

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