¿Para qué servimos?
No debe preocuparnos cuál es la reacción de las personas, sino inquietarnos que no reaccionen
Combinar el trabajo formal con el del hogar es el reto cotidiano de muchas mujeres. Llegar a casa después de una jornada productiva e igualmente agotadora puede ser un alivio, a veces.
Un día de la semana pasada me esperaba mi hija de seis años, con una actitud muy seria y una pregunta que no se hizo esperar. “Mamita, ¿para qué sirven los humanos?”. Yo no esperaba aquello, no supe qué responder. Solamente alcancé a decirle “vamos a pensarlo y luego hablamos”.
Confieso que aquella pregunta me ronda en la cabeza desde aquel momento. Primero me sorprendió –como casi siempre pasaque mi hija a tan corta edad se hiciera esos planteamientos; después reflexioné sobre las nuevas generaciones y su sensibilidad hacia la forma de ver el mundo y a sí mismos.
Esta nueva generación, la de los niños que se encuentran en edad preescolar y en los primeros años de educación básica, se sorprende menos con los avances tecnológicos y, en contraste, valoran más los temas relacionados con la vida en el planeta. “Hay esperanza”, concluí.
Al momento de ir a dormir, yo estaba casi segura que me hija había olvidado su pregunta, pero estaba equivocada. Me pidió que me acostara a su lado y ya allí volvió: “¿Para qué sirven los seres humanos?” Para conocer un poco más el motivo de su pregunta le respondí: ¿y vos para qué crees que sirvamos?
Ella me vio a los ojos y sin dudar un minuto me dijo: “Yo creo que servimos para hacer el bien”. La sencillez de su respuesta, que encierra un enorme valor, me sorprendió por su claridad, mezclada con su enorme inocencia. Le dije que me parecía una buena respuesta y que era hora de dormir.
Ella durmió tranquila y yo quedé con ese episodio dando vueltas en mi mente. Pensé en los incendios de la Amazonía y en la cantidad de personas –yo incluida- que compartimos nuestra preocupación por ello en las redes sociales.
Sin duda, compartir mensajes de tristeza y preocupación por la agonía de la selva y la vida que encierra, el aceleramiento del cambio climático y el deterioro de la humanidad, no harán mayor diferencia. en algunos casos, incluso, aparecen críticas sobre por qué nos preocupamos por lo que sucede allá en Brasil y no en La Tigra, en el centro de Honduras, por ejemplo.
Hay muchos que comparan la respuesta obtenida meses atrás con el incendio de la catedral de Notre Dame, en París, con la demora en una reacción sobre los incendios del que llamamos “el pulmón del mundo”.
A mi juicio, no debe preocuparnos tanto que las personas reaccionen en mayor o menor medida ante un acontecimiento doloroso, de cualquier índole, lo que debe inquietarnos en que no reaccionen.
En ese sentido, la indiferencia es el mayor mal que podemos padecer en este mundo interconectado, más allá de las manifestaciones en redes sociales, aunque sea para hacer una especie de catarsis colectiva, para no sentirnos solos.
Ciertamente, poco podemos hacer individualmente para detener los incendios en la Amazonia, como en muchas otras situaciones; pero al expresarnos damos un gran paso: despertamos la conciencia. Quizá eso no tenga un impacto en nuestro presente, pero sí en las nuevas generaciones.