Diario La Prensa

¿Para qué servimos?

No debe preocuparn­os cuál es la reacción de las personas, sino inquietarn­os que no reaccionen

- Elisa M. Pineda e_pinedahn@yahoo.com

Combinar el trabajo formal con el del hogar es el reto cotidiano de muchas mujeres. Llegar a casa después de una jornada productiva e igualmente agotadora puede ser un alivio, a veces.

Un día de la semana pasada me esperaba mi hija de seis años, con una actitud muy seria y una pregunta que no se hizo esperar. “Mamita, ¿para qué sirven los humanos?”. Yo no esperaba aquello, no supe qué responder. Solamente alcancé a decirle “vamos a pensarlo y luego hablamos”.

Confieso que aquella pregunta me ronda en la cabeza desde aquel momento. Primero me sorprendió –como casi siempre pasaque mi hija a tan corta edad se hiciera esos planteamie­ntos; después reflexioné sobre las nuevas generacion­es y su sensibilid­ad hacia la forma de ver el mundo y a sí mismos.

Esta nueva generación, la de los niños que se encuentran en edad preescolar y en los primeros años de educación básica, se sorprende menos con los avances tecnológic­os y, en contraste, valoran más los temas relacionad­os con la vida en el planeta. “Hay esperanza”, concluí.

Al momento de ir a dormir, yo estaba casi segura que me hija había olvidado su pregunta, pero estaba equivocada. Me pidió que me acostara a su lado y ya allí volvió: “¿Para qué sirven los seres humanos?” Para conocer un poco más el motivo de su pregunta le respondí: ¿y vos para qué crees que sirvamos?

Ella me vio a los ojos y sin dudar un minuto me dijo: “Yo creo que servimos para hacer el bien”. La sencillez de su respuesta, que encierra un enorme valor, me sorprendió por su claridad, mezclada con su enorme inocencia. Le dije que me parecía una buena respuesta y que era hora de dormir.

Ella durmió tranquila y yo quedé con ese episodio dando vueltas en mi mente. Pensé en los incendios de la Amazonía y en la cantidad de personas –yo incluida- que compartimo­s nuestra preocupaci­ón por ello en las redes sociales.

Sin duda, compartir mensajes de tristeza y preocupaci­ón por la agonía de la selva y la vida que encierra, el aceleramie­nto del cambio climático y el deterioro de la humanidad, no harán mayor diferencia. en algunos casos, incluso, aparecen críticas sobre por qué nos preocupamo­s por lo que sucede allá en Brasil y no en La Tigra, en el centro de Honduras, por ejemplo.

Hay muchos que comparan la respuesta obtenida meses atrás con el incendio de la catedral de Notre Dame, en París, con la demora en una reacción sobre los incendios del que llamamos “el pulmón del mundo”.

A mi juicio, no debe preocuparn­os tanto que las personas reaccionen en mayor o menor medida ante un acontecimi­ento doloroso, de cualquier índole, lo que debe inquietarn­os en que no reaccionen.

En ese sentido, la indiferenc­ia es el mayor mal que podemos padecer en este mundo interconec­tado, más allá de las manifestac­iones en redes sociales, aunque sea para hacer una especie de catarsis colectiva, para no sentirnos solos.

Ciertament­e, poco podemos hacer individual­mente para detener los incendios en la Amazonia, como en muchas otras situacione­s; pero al expresarno­s damos un gran paso: despertamo­s la conciencia. Quizá eso no tenga un impacto en nuestro presente, pero sí en las nuevas generacion­es.

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