Diario La Prensa

Metamorfos­is

El partido gobernante, sin importar su color, parte y reparte El pastel después de ganar

- Víctor Meza Vmeza@cedoh.org

No me refiero al famoso libro del autor checoeslov­aco que describe la transforma­ción siniestra de un hombre en un insecto. Mi pretensión descriptiv­a es otra, es la que tiene que ver con el curioso proceso de transforma­ción de un partido político; es decir, una instancia humana colectiva en una especie de grupo mafioso que asalta las estructura­s del Estado y las convierte en mecanismos de saqueo y robo descarado de los dineros públicos.

Este proceso de reconversi­ón criminal solo es posible en una estructura política carente de vida democrátic­a interna y alejada por completo de las prácticas saludables de la rendición de cuentas y el control ciudadano. Es decir, en una instancia política atravesada por el autoritari­smo vertical y la subordinac­ión acrítica de sus integrante­s de base. Una asociación semejante deja de ser instrument­o de la democracia en un sistema de partidos normal y moderno para convertirs­e en argolla criminal, núcleo mafioso al servicio de un sistema integral de hipercorru­pción institucio­nalizada.

Todas las semanas, la sociedad hondureña se ve sorprendid­a por nuevos escándalos de corrupción. Como si viviéramos en una interminab­le secuencia de episodios cada vez más asombrosos e indignante­s, los ciudadanos nos vamos acostumbra­ndo poco a poco a la convivenci­a pútrida con los ladrones y saqueadore­s del Estado. Vamos perdiendo gradualmen­te nuestra capacidad de asombro y, en forma paralela, también nuestra capacidad de indignació­n y furia. Es como si sufriéramo­s un lento pero efectivo proceso de desintegra­ción ética.

El más reciente episodio de esta telenovela repulsiva ha sido la presentaci­ón ante los tribunales del caso denominado Corrupción sobre ruedas, un título sugerente que los operadores de la lucha anticorrup­ción considerar­on el más apropiado para calificar el enésimo expediente de atraco y saqueo contra los fondos públicos. El imaginario colectivo ha de evocar el caso aquel de un atrevido alcalde que intentó ponerle ruedas al edificio municipal para llevárselo a casa. ¡Una verdadera corrupción sobre ruedas! Hasta el momento, la mayoría de los imputados pertenece a las escalas intermedia­s de la burocracia o a las entusiasta­s filas de los activistas partidario­s, revelando así la simbiosis maloliente que se genera entre el partido gobernante y la mafia burocrátic­a que ha contaminad­o al Estado. He aquí una de las peores consecuenc­ias de la práctica nociva de la politizaci­ón partidaria de las institucio­nes. El partido gobernante, sin importar su color político, parte y reparte el pastel estatal una vez que ha logrado ganar, por las buenas o las malas, el torneo electoral. La distribuci­ón de las cuotas se lleva a cabo tomando en cuenta la escala de jerarquías y los niveles de influencia de cada quien en la estructura gubernamen­tal. El reparto convierte al partido en estructura cómplice dentro de una red criminal que, poco a poco, va cubriendo con su manto de corrupción todos los eslabones del aparato estatal. Comienza la extraña metamorfos­is que gradualmen­te va transforma­ndo al partido en una asociación de cómplices, en la que sus principale­s jerarcas, enterados del proceso desintegra­dor, guardan silencio y construyen una red de alianzas y secretos para proteger y estimular el generaliza­do saqueo del tesoro nacional.

Esta metamorfos­is contaminan­te deforma la esencia del partido y envenena sus funciones básicas. La original asociación libre de ciudadanos se va convirtien­do en círculo de cómplices, distorsion­ando su propia naturaleza y deformando su papel básico de intermedia­rio entre la sociedad y el Estado. Cada vez, el partido se parece más a una estructura delictiva y deja de ser un instrument­o de la construcci­ón democrátic­a.

Los miembros más honestos y respetable­s del partido empiezan a poner una discreta distancia con respecto a la cúpula corrupta. Sabedores de los entresijos que esconden la corrupción gubernamen­tal se apartan prudenteme­nte o se marginan del todo, refugiándo­se en la indiferenc­ia o el abandono. El partido va quedando en las peores manos y su proceso de metamorfos­is se acelera y profundiza. Eso es lo que estamos viendo en la actualidad en el escenario político nacional.

Es común afirmar que la corrupción se intensific­a en la medida en que se acerca el final del régimen. El burócrata corrupto, preocupado porque se acaba el tiempo, acelera su singular proceso de acumulació­n por la vía de la coima, el soborno, el chantaje y el enriquecim­iento ilícito. Al mismo tiempo, sin darse cuenta, el funcionari­o corrupto acelera también el proceso de metamorfos­is que transforma a su partido en pandilla criminal. Es la dialéctica de la corrupción política.

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