Precipitar las cosas
Los alemanes no están dispuestos a esperar. Posiblemente no creen que el tiempo es superior al espacio y opinan que en la historia de la humanidad han sido muchos los que han dejado todo atado y bien atado y luego han terminado con sus huesos en un estercolero. Por eso tienen prisa. Les parece demasiado aguardar otros diez o veinte años para que la homosexualidad sea aceptada y para que llegue la hora del sacerdocio femenino, entre otras cosas que reclaman. Para ellos es ahora o nunca. El Papa les pide paciencia y ellos no la tienen.
Yo también creo que el tiempo es superior al espacio y que poner en marcha procesos es más importante que precipitar las cosas. Lo que pasa es que, por encima de estos principios de comportamiento basados en perspectivas humanas, creo en Dios. Y sé que Dios es el Señor del tiempo, es el Señor y dueño de la historia. Por eso confío en que lo que se pretende dejar atado de forma que no haya marcha atrás posible, se pueda desatar en cualquier momento, porque de repente sucede algo imprevisto que hace que todo cambie. No sé si los alemanes comparten mi fe y es por eso por lo que tienen prisa, pero desde luego no están dispuestos a esperar.
Si a esta situación se le añade el no menos conflictivo Sínodo de la Amazonía, podemos hacernos una idea de cómo está la Iglesia. El Papa, que aparentemente alentó los procesos, pone el freno, como se tira de las riendas del caballo para que no se desboque. Es como si dijera: hay que ir, pero más despacio y eso lleva incluso a dudar de sus intenciones a los que quieren ir más de prisa. Mientras, los que no queremos ir por ese camino y aguantamos todos los días los insultos y las amenazas, solo podemos contemplar con tristeza el espectáculo de ver cómo ellos se pelean y suplicar a Dios que salve a su Iglesia.