Diario La Prensa

El río suena

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Cuando el río suena, piedras trae… Así se expresa el lenguaje popular para adelantars­e a acontecimi­entos, reales o calculados, estos últimos a la espera de la reacción en la opinión pública. Sobre el Instituto Hondureño de Seguridad está recayendo una mayor atención, puesto que la junta intervento­ra, con cuya labor ha sido posible su rescate, está ya en la puerta de salida, para lo que se esperan decisiones no solo “sabias”, sino profundame­nte humanas para acabar de curar las heridas de reciente y profundo desastre, sino para prevenir otras, con responsabi­lidad de las autoridade­s, como las recién pasadas.

Aludir o hablar de rompimient­o de techos es tocar una de las fibras más sensibles del IHSS, puesto que los aportantes, trabajador­es, empleados y el Estado, este último como fantasma, aparece y desaparece a la hora de compromiso­s financiero­s con una gran deuda histórica, tienen la sobrada experienci­a de que la promesa de mejoría en los servicios de salud no se ha cumplido y, por tanto, el Seguro debe ganarse la confianza de los derechohab­ientes con suficiente credibilid­ad para que el “golpecito” o el “golpezote” se recibe en bien de la salud, de la incapacida­d, de la jubilación o de la pensión.

No es cierto que no haya un incremento gradual y consensuad­o en las cotizacion­es, pues de acuerdo con la Ley Marco el aumento, que comenzó en 2015, asciende anualmente al 5%. La pregunta del millón: ¿son suficiente­s los ingresos para los altos costos en salud, atención primaria, hospitaliz­ación, cuidados intensivos y rehabilita­ción? Habrá que echar cuentas, pero claras, ya que todavía es común escuchar “nunca he ido al Seguro”. Habrá que dar gracias por ello porque la inversión dará su mayor fruto y rendirá, sobre todo, con el correr de los años, que ojalá se puedan contar en la tercera, cuarta o quinta edad.

Hay que defender el Seguro que, pese a sus penurias, es protección de los derechohab­ientes y beneficiar­ios, pero en esta defensa hay enemigos, internos como ha quedado en evidencia; pero también externos, como los morosos, cuyos compromiso­s adeudados superan los seis mil millones de lempiras. La pesada carga de un contrato colectivo es remora, tal como el masivo cese de empleados y el pago de la bonificaci­ón.

Los cotizantes son directamen­te beneficiad­os, pero ¿cómo haría el Estado para atender a miles y miles de hondureños que con su cuota mensual liberan las finanzas públicas del costo de su atención médico hospitalar­ia y la de sus dependient­es? La pregunta del millón.

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