La ciudad más peligrosa del mundo
"las obras físicas hacen de san
Moisés Naín, venezolano y exministro de planificación, escribió el sábado en El País (Madrid), que Washington es “la ciudad más peligrosa del mundo”. No solo por los crímenes en contra de las personas y sus bienes, sino porque allí despacha el Presidente Trump, con enorme capacidad para destruir las alianzas occidentales y fuerza e imaginación para poner en peligro la unidad de los Estados Unidos, con lo cual comprometer la paz del mundo.
Me impresionó el artículo, ya que precisamente había regresado de San Pedro Sula, a donde concurrí a un acto cultural poco divulgado, pese a nuestros esfuerzos. Hasta las 11:00 pm del viernes estuvimos en un restaurante cerca de la Universidad Autónoma de Honduras cenando.
Y en lo personal, me llamó la atención, la tranquilidad, la iluminación de la zona, la alegría de los clientes de los negocios cercanos a Galerías y, fundamentalmente, la amigable conversación con dos personalidades diferenciadas, antípodas: el alcalde Armando Calidonio, que nos honró con su presencia en la entrega del Amaya Amador que la AHL le hiciera a Julio Escoto, el mejor novelista de Honduras, y al taxista que nos condujo del restaurante en donde cenamos hasta el hotel.
El alcalde dejó sus ocupaciones para acompañarnos en el homenaje a Escoto. Llegó con Marco Rietti, responsable de asuntos culturales, cargo inexistente en la mayoría de las alcaldías.
Le dije a Calidonio que veía la ciudad limpia, ordenada, y que aunque ese día estaba amenazada por políticos que no han podido diferenciar la protesta del vandalismo, pudimos circular a las 7:00 pm, pese a una, solo una parada minúscula, por unas 24 personas, en la avenida Circunvalación. El resto de la ciudad, en calma, cada quien dedicado a lo suyo. Las calles limpias – lo pude constatar el sábado al regresar – y la obra física que hacen de San Pedro Sula la ciudad más moderna del país.
En el extremo hablé con el taxista que nos condujo al hotel. No aceptó que la ciudad fuera insegura, pero dijo cosas interesantes. “Hay zonas de la ciudad en donde no pueden ingresar automóviles desconocidos”. En ciertos puntos, “les obligan a bajar los cristales para saber de quién se trata” .
Es decir, que es una forma de control colectivo en las “zonas calientes”, las cuales algunos delincuentes las han convertido en sus residencias irregulares. Me dijo que era de la colonia Unión. ¿Caliente?, le pregunté. ¡Para usted!, dijo. ¡Para mí no! “Yo vivo allí y entro y salgo sin problemas”, concluyó.
Como reacción a las dos conversaciones, creo que ha llegado el momento de estudiar la violencia humana desde otra perspectiva, así como cuestionar los esquemas represivos, sin acciones preventivas, cuya permanencia solo debe ser justificada en término de resultados. Por lo que creo que el primer análisis debe partir de los Observatorios de la Violencia, que solo dan cifras, pero no explican causas, tampoco proponen soluciones.
Por mientras ocurre, me alegra haber estado en San Pedro Sula y comprobado que ya no es la ciudad más violenta del mundo. Este lugar lo ocupa, por méritos propios, Washington.