Diario La Prensa

Las nuevas construcci­ones, que se elevan más de 300 y 400 metros, están cambiando la fisonomía

De la Gran Manzana; los ricos del mundo compiten por comprar un apartament­o frente al Central Park

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cuya tienda se pueden encontrar todo tipo de souvenirs con la caracterís­tica silueta o “skyline” de Nueva York.

Sin embargo, para el periodista y escritor Sam Roberts, que acaba de publicar el libro

sobre 27 edificios emblemátic­os de la ciudad, estos nuevos “rascacielo­s aguja” de pisos residencia­les son “feos” y “ofensivos”. Si tuviera que elegir uno de ellos, confiesa, se quedaría con el situado en el 432 de Park Avenue, de 425 metros de altura, porque “me parece el menos ofensivo. Quizá porque es un poco más cúbico y menos esbelto. Quizá porque es más geométrico, o quizá porque es el que más tiempo lleva y me he acostumbra­do a él”.

Willis resume que los años 20 y 30 del siglo XX, representa­dos en edificios como el Christler y el Empire State -su favorito- son el reflejo de las inversione­s bursátiles y de una “idea de modernidad, de que Nueva York se estaba inventando a sí misma como la capital del mundo, como la ciudad más grande del mundo, una capital de cultura”. El periodo posterior a las guerras mundiales se encarnó en el World Trade Center, “los edificios más altos y más grandes del mundo en términos de espacio” que reflejaban un “aumento de la confianza en la economía, pero también un exceso de confianza”.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas, “la mayoría de la gente predijo que no volvería a haber otro rascacielo­s en Nueva York, que la gente tendría miedo de ocuparlos, que los banqueros no prestarían dinero porque sería muy arriesgado”.

“Sin embargo, solo dos décadas después tenemos un nuevo crecimient­o”, dice Willis antes de comentar que después de 2009, pero sobre todo de 2012, con el arranque de la recuperaci­ón de la crisis bancaria, la silueta de Nueva York comenzó a sufrir el cambio que todavía continúa hoy. En Nueva York, bromea Willis, se dan las mismas condicione­s para el crecimient­o de los rascacielo­s que en las Islas Galápagos para el desarrollo de los animales: Unas leyes especiales, un mercado muy atractivo y muchos multimillo­narios extranjero­s que quieren invertir en estos “apartament­os trofeo”, que muchas veces nunca son habitados. En su libro, Roberts sostiene que los neoyorquin­os dan forma a los edificios y que estos, mucha veces, acaban moldeando a sus habitantes. Sin embargo, respecto a las nuevas “agujas”, que contienen unos “10,000 apartament­os”, el periodista dice que no “afectarán a la personalid­ad de la ciudad”, a la esencia de sus más de ocho millones de almas.

“Nueva York sigue siendo la misma, aún sigue habiendo gente que viene aquí a tener éxito, a trabajar, a buscar una vida mejor para sus hijos..., y eso no ha cambiado en 400 años”, subraya Roberts, para quien también el Empire State -por su belleza y su romanticis­mocontinúa siendo un icono de la ciudad, a pesar de haberse visto superado en altura por otros flamantes e imponentes rascacielo­s.

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