Estupidez consentida
"si ya sabemos que una respuesta desabrida o impertinente puede sacarnos de Nuestros cabales, lo más sensato es potenciar el autodominio o evitar, en la medida de lo posible, la coyuntura".
Ya lo decía un santo, que los seres humanos somos capaces de cometer los peores errores y los peores horrores, ejemplos sobran. Sin embargo, una cosa es actuar por debilidad, ya que somos una colección de debilidades y defectos, y otra proceder con malicia, con mala intención, o teniendo clara conciencia de los efectos desastrosos que nuestras acciones van a causar en nosotros mismos o en la gente que nos rodea. En el último de los casos es cuando cometemos estupideces consentidas, que es lo mismo que ejecutar barbaridades, a sabiendas que no nos harán mejores personas y que terminarán por dañar o, por lo menos, incomodar a aquellos que han tenido la suerte o la desgracia de estar a nuestro alcance, sea en el hogar, sea en el trabajo, sea en el contexto social o ciudadano.
Sucede que, con el paso de los años, y por muy poco que hayamos logrado conocernos somos capaces de predecir nuestras reacciones bajo determinadas condiciones y adivinar cómo vamos a comportarnos ante tal o cuál situación. Si ya sabemos que una respuesta desabrida o impertinente puede sacarnos de nuestros cabales, lo más sensato es potenciar el autodominio o evitar, en la medida de lo posible, la coyuntura. Lo estúpido es morder nuestro propio anzuelo y actuar a lo bestia, con la típica consecuente “goma moral”, con la vergüenza que, si somos gente honrada y sensata, después nos sobreviene por el mal ejemplo dado, sobre todo si estamos en un medio en el que la ejemplaridad es obligación y por el mal rato que hemos hecho pasar a los testigos de nuestra intemperancia.
Igual pasa con la gente que, aunque sabe que cuando consume alcohol en ciertas cantidades va a terminar en mala situación y, al día siguiente, el cuerpo pagará la consecuencia de la falta de sobriedad y, posiblemente, haya resultado desagradable para los demás, a pesar de todo decide pasarse de tragos.
La estupidez consentida la vive también el perezoso, cuando en la oficina anda buscando al que más platica y más pierde el tiempo o se sienta en el sillón más arrullador y más mullido, cuando no debería hacer siesta. O el curioso, que mete la nariz donde no debe y luego no sabe qué hacer con la información obtenida.
Solo el autogobierno, el señorío sobre nosotros mismos, puede lograr que, aunque cometamos desmanes, por lo menos no consintamos en ellos.