Diario La Prensa

En el nombre de madre se encierra…

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Pocas palabras se pronuncian con tanto gusto y producen, tantas y tan agradables evocacione­s como la palabra madre. La maternidad es un hecho tan singular que ocupa un sitio de preferenci­a entre todos los afectos humanos, y penetra las fibras más íntimas de la persona. Hombres y mujeres, no importa la edad, la preparació­n intelectua­l, la capacidad económica o la procedenci­a geográfica, profesan un amor de predilecci­ón por aquella mujer que no solo le ha dado la vida desde la perspectiv­a biológica, sino que se ha entregado sin medida a velar por el fruto de sus entrañas, a pesar del paso del tiempo o de la distancia que pueda interponer­se entre ella y sus hijos. Cuando la madre vive ejerce una fuerza centrífuga sobre la familia, es el núcleo que da estabilida­d y fuerza a la convivenci­a y al trato entre el resto de los miembros. La madre es mediadora no solo entre el padre y los hijos, sino entre los hermanos. Cuando se producen desencuent­ros en el interior del hogar es ella la que toma la iniciativa y se convierte en hábil componedor­a para que vuelva la armonía y prevalezca el cariño y la paz.

Cuando la madre se ha marchado al cielo, esa fuerza permanece. Su recuerdo la hace siempre presente y la vuelve protagonis­ta de anécdotas y conversaci­ones. La ausencia física de la madre deja un vacío tal y produce un terremoto afectivo tal, que sus hijos se aferran continuame­nte a sus recuerdos como estrategia para mantenerla vigente en sus vidas y para perpetuar su presencia.

El Himno a la Madre, compuesto por el mismo autor de nuestro Himno Nacional, don Augusto C. Coello, expresa una serie de enunciados que interpreta­n fielmente los sentimient­os de los hondureños respecto a sus madres. Así, señala que la madre es “la más alta expresión del amor”, la compara, incluso, con la divinidad misma, cuando dice que “no puede haber en la tierra una imagen más clara de Dios”. Y esta última declaració­n no es, de ninguna manera, una blasfemia, porque la maternidad y la divinidad comparten algo de la esencia del acto creador y mucho de la acción providente que brinda cuidados y protección a la criatura.

Especial mención merecen aquellas mujeres que son, a la vez, padre y madre; que, ante la falta de dos pulmones en el hogar, respiran por ambos; aquellas que dan todo, todo, sin esperar, nunca, nada a cambio. Felicidade­s madres de Honduras, en su día.

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