Diario La Prensa

La pandemia y los amigos

"tener amigos cercanos, cálidos, sinceros, que nos quieren y nos aceptan a pesar de todos nuestros defectos y que saben Estar ahí cuando se necesitan, Es una verdadera y auténtica fortuna"

- Róger Martínez opinion@laprensa.hn

De colapso en colapso –esa especie de “postración repentina de las fuerzas vitales”– va la patria arrastrand­o fracasos y frustracio­nes, momentáneo­s progresos y efímeros avances de dudosa consistenc­ia. Desde las postrimerí­as del siglo pasado y en las dos primeras décadas del presente, nuestro país ha experiment­ado una serie de desgracias que van desde catástrofe­s naturales hasta descalabro­s institucio­nales, pasando por el auge indignante de la corrupción, hasta desembocar en esta crisis sanitaria provocada por un virus tan microscópi­co como letal.

Todas estas crisis, de una manera u otra, han tenido un rasgo común: el colapso momentáneo o prolongado, coyuntural o estructura­l, de los diferentes elementos que conformane­lmodelopol­ítico,económicoy­socialque los dirigentes locales han diseñado y factores externos han facilitado. El resultado ha sido, en su conjunto, el colapso total del modelo de gestión predominan­te en el país.

En1998,yacasialas­puertasdel­nuevomilen­io, un fenómeno natural de proporcion­es bíblicas, el huracán Mitch, puso en evidencia la vulnerabil­idad social, ambiental e institucio­nal del país entero. Los vientos huracanado­s y las lluvias infinitas destruyero­n gran parte del territorio, modificand­o su geografía física y social, a la vez que mostrando las debilidade­s intrínseca­s del Estado y sus institucio­nes. Fue un colapso total.

En 2009, un grupo de forajidos políticos asaltaron el poder público, derrocaron al gobierno legalmente instituido y sumieron al país en una crisis política profunda, de cuyas consecuenc­ias todavía no nos hemos librado. Quedó en evidencia el colapso de un sistema institucio­nal que no fue capaz de procesar democrátic­amente la conflictiv­idad política del momento.

Pocos años después, a finales de 2017, el mismo grupo de truhanes, entre civiles y militares, urdieron y llevaron a cabo uno de los fraudes electorale­s más grandes y desvergonz­ados de nuestra historia moderna. El resultado

Hace ya casi veinte años tuve que estar varios meses fuera de casa por motivos de estudio. Para entonces mi esposa y yo teníamos cinco hijos. Fueron unos días duros en los que aprendí a valorar, aún más, a mi familia, pero en los que, además, también pude reconocer la importanci­a que tienen los amigos. Con el tiempo me enteré que algunas de las situacione­s que se dieron en esos meses, que yo pensaba habían sido pura casualidad, fueron producto de comunicaci­ones entre ellos, que, a mis espaldas, se encargaron de que aquellos días fueran más llevaderos. Una tarde, por ejemplo, uno de ellos me llamó para preguntarm­e cómo la estaba pasando. Lo cierto es que había sido una semana en la que me había sentido fatal.

Al día siguiente, me invitó a su casa, comí con su esposa y con sus hijos, vimos una película, y luego me llevaron de vuelta a donde yo vivía no sin antes darme un buen paseo por Madrid, de modo que recuperé ánimo y fuerzas para continuar con mi rutina universita­ria. Otro de ellos, supo que yo iría al médico y, sin avisar, se apareció en la consulta, con el pretexto de que “en su familia nadie iba solo al doctor”. Claro, en esa misma época, no faltaron los amigos que estaban en Honduras, y que me escribían inmediato fue la instalació­n de un gobierno de cuestionad­o origen y la represión sangrienta de la oposición política. El gobernante impuesto, fruto de una reelección tan ilegal como repudiada, es la mejor prueba del colapso del sistema político electoral de nuestro país.

Entre tanto, en medio de los vaivenes de la ilegalidad y lo ilegítimo, el país fue poco a poco cayendo en las redes del crimen organizado y en la vorágine de la violencia pandillera y delincuenc­ial. El sistema de seguridad pública entró en su fase de colapso general y el Estado degradado inició su camino final hacia el Estado fallido.

Como corolario siniestro, el denominado “sistema penitencia­rio”, que en realidad no es másqueunar­chipiélago­dispersode­isloteslle­nos de corrupción y violencia, revela en toda su magnitud el colapso del régimen carcelario que predomina en el país.

La evidencia más impactante y dramática de esta serie fatídica de colapsos totales o parciales, fueron las caravanas multitudin­arias de migrantes desesperad­os que, como en un éxodo angustioso, poblaron los caminos migratorio­s, cruzaron los ríos y enfrentaro­n los riesgos entre la vida y la muerte, inaugurand­o así en nuevo modelo de migración colectiva y solidaria.

¡Qué mejor prueba del colapso del sistema político y social que padecemos!

Y ahora, como para cerrar el círculo siniestrod­econdenasy­desgracias,nosenfrent­amos a un nuevo colapso, el del mal llamado sistema de salud pública, que enfrentado a la pandemia del coronaviru­s, muestra en su escasez e ineficienc­ia toda la podredumbr­e que le corroe internamen­te, la improvisac­ión de sus responsabl­es y el descuido criminal del Estado con respecto a la salud de sus habitantes. Un colapso más en la ya larga lista de fracasos.

Y así, de colapso en colapso, dando traspiés y trastabill­ando en el camino, se mueve nuestra bovina sociedad, sin encontrar todavía la ansiada ruta de la ciudadanía activa y rebelde que se necesita.

"En medio de los vaivenes de la ilegalidad y lo ilegítimo, El país fue poco a poco cayendo En las redes del crimen organizado y En la vorágine de la violencia pandillera y delincuenc­ial"

asiduament­e, para hacerme compañía a la distancia.

Digo lo anterior, porque una de las cosas que más he echado de menos durante esta cuarentena, ha sido a los amigos. En más de una ocasión, en este mismo espacio, he celebrado la amistad y he dicho que es una de las experienci­as más hermosas que la vida nos puede deparar. Tener amigos cercanos, cálidos, sinceros, que nos quieren y nos aceptan a pesar de todos nuestros defectos y que saben estar ahí cuando se necesitan, es una verdadera y auténtica fortuna. Poder contar con esa suerte de alter ego, con el que se comparten ideas, planes, sueños, lágrimas y frustracio­nes, hace, definitiva­mente, la vida más llevadera. Por eso es que siempre digo que el amor conyugal debe participar del amor de amistad, porque todo lo anterior debe vivirse también en el matrimonio.

Cuando todo esto haya pasado, no importa cuánto falte, habrá que hacer una especie de “planes de venganza”. Tengo en mi lista varios almuerzos y algunas cenas; muchas copas de vino, más de una cerveza y muchas, muchas, horas de conversaci­ones que no se pueden mantener por teléfono ni por videollama­da. Y, por supuesto, un montón de apretones de mano y de abrazos.

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