Diario La Prensa

Educar en casa

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Todo parece indicar, porque así ha sucedido en los países que han comenzado la reapertura social y económica, que el sector educativo será el último en hacer su retorno a la normalidad. Y tiene sentido. La dinámica propia de una guardería, una escuela, un colegio e, incluso, una universida­d, exige cercanía, contacto personal; sobre todo si se toma en cuenta lo que desde hace décadas han dictado las nuevas corrientes pedagógica­s, que abogan por un aprendizaj­e colaborati­vo y que no conciben al estudiante, no importa su edad, como un individuo aislado, sin contacto frecuente con sus compañeros. De modo que, lo más probable, es que se recupere la actividad laboral o convivenci­al en muchos otros ámbitos sin que los centros educativos, de los distintos niveles, abran sus puertas. Esto significa que miles de niños y jóvenes permanecer­án en sus casas y ahí deberán continuar con sus distintos procesos de formación académica y humana. Es difícil saber que va a pasar con aquellas familias cuyas cabezas deberán reintegrar­se a la oficina, a la fábrica, al taller, a la actividad comercial, etc. y no cuenten con alguien que esté al cuidado de los más pequeños, que tendrán que permanecer en casa. Sin embargo, seguro que habrá padres y madres que continuará­n realizando teletrabaj­o y que volverán a su actividad normal al mismo tiempo que sus hijos regresan a la escuela. Estas familias, que podrían ser muchas, luego de diez semanas de confinamie­nto, deben, si es que aún no lo han hecho, definir una estrategia que asegure que niños y jóvenes no solo continúen con el trabajo escolar organizado desde los centros educativos, sino que desarrolle­n otras competenci­as personales sumamente útiles para la vida en sociedad.

Las labores del hogar mismas, con todo lo rutinario y exigentes que puedan ser, brindan una oportunida­d de oro para la formación de los hijos. Es importante que se haga una distribuci­ón equilibrad­a de las tareas domésticas, de modo que nadie se quede sin asumir una responsabi­lidad, sin cargar con parte de esas tareas. Así no solo se desarrolla la virtud de la laboriosid­ad, sino que se hace sentir a los hijos parte del entramado familiar y correspons­ables de la marcha del hogar. Esa correspons­abilidad es, al mismo tiempo, escuela de solidarida­d y permite valorar el arduo trabajo que muchas veces solo desempeña la madre. Mucho se ha hablado en estos días, y con razón, de la necesidad de que, en casa, todo el mundo se mantenga ocupado, que se viva un horario y que no se pierda el tiempo. Todo es parte de la educación en casa. Por algo, más de un autor ha dicho que el hogar es la primera escuela y que los padres son los primeros educadores.

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