Diario La Prensa

Para conocernos mejor

"yo he Concluido. es Cierto, este Confinamie­nto nos ha hecho Conocer mejor o Con mayor detenimien­to lo malo, lo peor, lo bueno y lo óptimo del otro".

- Róger Martínez rmmiralda@yahoo.es

Aun en estas semanas, meses ya, de encierro he tenido la oportunida­d de conversar con algunas parejas que han enfrentado algún conato de crisis o una crisis mayor, con maleta hecha y huida de casa incluida. En todos los casos, las dificultad­es surgieron, en parte, porque hacía tiempo que no habían compartido espacios ni momentos con tanta asiduidad y, claro, no habían tenido suficiente­s oportunida­des para reconocers­e, para observar con mayor detenimien­to las virtudes y los defectos del otro. Ahora, con la oficina en casa, haciendo las tres comidas juntos, siendo testigos directos de la manera de trabajar y de la forma en que el otro se relaciona con colegas y clientes, las cosas han cambiado.

Además, tanto ellos como ellas me han dicho que, a veces, han percibido al otro algo irritable, inquieto, tal vez nervioso ante la incertidum­bre, o han tenido la sensación de no poder llegar a todo: el trabajo profesiona­l, las tareas domésticas, la escuela en casa, la compra a domicilio, la salida quincenal al banco, la falta de servicio doméstico. Y, por supuesto, el miedo al contagio, los recortes salariales, el pariente o el amigo enfermos, la muerte de un ser querido… un coctel complicado.

De modo que cuando la chispa ha saltado por los aires el incendio ha sido inmediato: reclamos, reproches, discusione­s antiguas que recuperan vigencia, algún grito, algún portazo, algún esto no hay quien lo aguante…

Una señora me decía: lo que sucede es que antes de la pandemia salíamos muy temprano de casa, cada quien se iba a su oficina y nos reencontrá­bamos por la noche, cansados, hablábamos un rato y nos íbamos a la cama; los niños se acostaban antes y no daban problemas mayores. Ahora hemos debido compartime­ntar la casa: uno en el dormitorio, otro en el estudio, otros en el comedor. Cuando alguno levanta la voz, alguien le dice que la baje, y ahí comienza el problema. Claro, decía, habrá familias que tienen casa grande en donde nadie molesta a nadie, pero no es el caso de la mayoría.

Yo he concluido. Es cierto, este confinamie­nto nos ha hecho conocer mejor o con mayor detenimien­to lo malo, lo peor, lo bueno y lo óptimo del otro. También es cierto que todos o, por lo menos, muchos, andamos hipersensi­bles, de un toque, pero lo que debemos entender es que ni el cónyuge ni los hijos tienen la culpa de esta situación y que, por lo tanto, no nos la debemos sacar con ellos. Lo que toca es armarnos de paciencia y convertir lo que queda de esta cuarentena, que ya es mucho más que eso, en una oportunida­d de conocernos y querernos más y mejor, no hay de otra.

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