Lo peor de todo esto
"Lo he escrito muchas veces, y Lo repito: Las crisis sirven para que Las máscaras caigan, para que cada uno saque Lo mejor y Lo peor de sí mismo"
Hay en moral un concepto que me ha llamado siempre la atención. Cuando se refiere al acto de despojar a alguien de lo que le pertenece, haciendo uso de la violencia, se le llama: rapiña. Y, claro, desde que lo leí por primera vez, hace ya muchos años, me pareció tremendamente sugerente, porque, inmediatamente se me vino a la cabeza, y es igual ahora, la imagen del animal carroñero, con el pico encorvado, que se ceba en víctimas indefensas, porque están a punto de morir o ya han fallecido, y al que se llama, con toda propiedad, ave de rapiña.
En estos días, y considerando el contexto en el que estamos viviendo, la idea ha cobrado actualidad en mi memoria. Porque, si bien es cierto, estos meses, como ya lo he dicho en más de una ocasión, he sabido de gente buena, heroica, que ha expuesto y perdido la vida, o de personas que, sin más obligación que la que les impone su conciencia, han dejado la comodidad de sus casas y han dado de comer al hambriento y socorrido al necesitado, también me he dado cuenta de otros que, precisamente, como aves de rapiña, han estado atentos y han buscado la oportunidad de obtener provecho personal de toda esta desgracia y han hecho a un lado todo escrúpulo para beneficiarse a costa del sufrimiento y el dolor ajenos.
Lo he escrito muchas veces, y lo repito: las crisis sirven para que las máscaras caigan, para que cada uno saque lo mejor y lo peor de sí mismo. Del noble sale solidaridad, sentido de responsabilidad, empatía, generosidad; del canalla: egoísmo, cinismo, oportunismo, rapiñería pura.
Y, lo peor de todo esto, es que algunos de los que se han dedicado al despojo de los necesitados han sido personas que debieron dar ejemplo de integridad, de probidad, de honradez. Ya decían los latinos que “corruptio optimi pessima”, que la corrupción de los “mejores”, de los que están en eminencia, es lo peor. Porque los actos deshonestos de los que dirigen una empresa, un país, cualquier colectividad humana, dañan a muchísima gente.
Yo procuro ser optimista, he procurado creer siempre en el ser humano, rechazo la cultura de la sospecha, prefiero ser engañado que dudar de los otros, en lo que escribo procuro hablar más de virtudes que de vicios. Pero cuando veo a mi alrededor, cuando abro los periódicos, a veces tengo la sensación de haber perdido la inocencia, y me sobreviene una profunda frustración, que intento sea pasajera, porque toca levantar la cabeza y tratar de poner los medios para que esta Honduras irredenta mantenga encendida la llama de la esperanza.