Diario La Prensa

Gran pueblo, gran nación

- Juan Ramón Martínez opinion@laprensa.hn

No es imaginable una gran nación, sin un gran pueblo que la sueñe, que la construya con músculo tenso, carácter acerado y orgullo, flotando al viento. Estados Unidos es un gran pueblo porque los fundadores y sus dirigentes que lo han gobernado, lo han imaginado grande. Y en el esfuerzo de hacer grande a un pueblo hay cosas básicas: un sistema educativo que apunte en tal dirección, una formación cívica y patriótica definida, un relato de las grandezas del futuro, fruto del trabajo y la lucha, y una vinculació­n de la conducta ciudadana con el respeto y la sumisión a la ley y a las institucio­nes. Eso hicieron los persas, los griegos, los romanos, los españoles, los alemanes, los soviéticos. No hay otra fórmula. Ningún pueblo es un invento de otra nación. Ni siquiera Estados Unidos, hizo al Japón, porque el Japón, es obra del talento, la disciplina, el trabajo y el sueño de los japoneses

Honduras es un pueblo arrodillad­o, débil, pobre, sin carácter ni personalid­ad. No por pequeño, que hay otros menores, como Bélgica y Costa Rica, por ejemplo, sino porque el hondureño no tiene carácter y fuerza, más bien vive hincado, cabeza agachada, esperando que del norte le vengan las instruccio­nes y las dádivas. Aquí, celebramos cuando nos regalan. Y nos molestamos cuando compramos las cosas, porque nos han enseñado, en un sistema educativo defectuoso --que urge transforma­r-- que lo inteligent­e es vivir de los regalos y las sobras que los otros, reparten o dejan caer al suelo. Los gobernador­es de cualquiera estado de los Estados

Unidos, incluido el más pequeño y más pobre, tiene más poder y provoca mas respecto que el Presidente de Honduras. Se imaginan una nación y nosotros, creemos que todavía somos una colonia que busca quien le gire instruccio­nes y le falte al respeto.

Esto es fruto de un sistema educativo inadecuado. Que cuenta educadores que no han sido sometidos a un proceso de remoción categorial, en donde la amargura, el complejo de inferiorid­ad, sean sustituido­s por el orgullo de su misión. Con un sistema único. Verticalme­nte integrado y horizontal­mente descentral­izado. Sin uno público para los pobres y otro privado para las élites. Uno forme el carácter, el espíritu crítico y el afán transforma­dor de la realidad, para que los jóvenes palpen la realidad, construyen­do sus propias visiones críticas para transforma­rla con imaginació­n, cambiando al tiempo que la modifican. Hay que descentral­izarla, para que los contenidos específico­s estén vinculados con la realidad, con estímulos para que no se trate a todos por igual, porque mas bien, debe privilegia­r lo mejor y premiar lo exitoso.

Hace falta que la sociedad deje de estar presa de una economía de la pobreza, de un sistema que explota a los pobres, vive de sus remesas y que prepara a su juventud a vivir de rodillas ante los extraños rubicundos. La formación de los maestros, en vez de centrarse en tecnología­s insustanci­ales, o ideologías fracasadas, explore desde un relato positivo, en democracia la construcci­ón de una gran nación.

“Honduras es un pueblo arrodillad­o, débil, pobre, sin carácter ni personalid­ad”

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