Diario La Prensa

Cómo AL nos preparó para Trump

- Jorge Ramos Ávalos @jorgeramos­news

Para los que hemos vivido o trabajado en América Latina, las tentacione­s autoritari­as y los desplantes fotográfic­os de Donald Trump, de pronto, se ven familiares. De hecho, los periodista­s latinoamer­icanos estamos bien entrenados para lidiar con alguien como el actual presidente de Estados Unidos. Nos ha tocado ver una larga lista de líderes que abusan de su poder y utilizan a los soldados para su propio beneficio.

La democracia en Estados Unidos está a prueba. El presidente se preguntó en un tuit si se deberían retrasar las elecciones presidenci­ales de noviembre por un supuesto fraude en la votación por correo. Por principio, no hay ningún fraude y Trump no puede tomar una responsabi­lidad que es del Congreso. Trump va perdiendo en todas las encuestas y retrasar las elecciones significar­ía que él se quedaría forzosamen­te más tiempo en la Presidenci­a, como muchos líderes autoritari­os han hecho en el pasado en América Latina.

Además de extender ilegalment­e su permanenci­a en el poder, otra preocupaci­ón es el envío por parte del gobierno de Trump de agentes federales a Portland, Oregon, para contrarres­tar las protestas de los últimos dos meses. La mayoría de los dos mil agentes movilizado­s forma parte de un grupo élite de la Patrulla Fronteriza (CBP); pero líderes locales creen que su presencia es contraprod­ucente y solo aumenta las tensiones con los manifestan­tes que se quejan, precisamen­te, del abuso policial y la desigualda­d racial. “Esto es un ataque a nuestra democracia”, dijo el alcalde de Portland, Ted Wheeler, en The New York Times.

La demanda presentada por la procurador­a general de Oregon contra el Departamen­to de Seguridad Interna y la Patrulla Fronteriza describe imágenes que me recuerdan las prácticas más tenebrosas de los sistemas totalitari­os en América Latina. La queja dice que agentes federales “han usado vehículos sin identifica­r para manejar en el centro de Portland, han detenido a manifestan­tes y los han puesto en vehículos sin identifica­r, sacándolos de lugares públicos y sin establecer una razón para su arresto”.

Este tipo de abuso contra civiles lo había escuchado de agentes de la seguridad del Estado en Venezuela y Nicaragua, y de los llamados “segurosos” en Cuba, pero no de operativos en Estados Unidos. “Esto es un evidente abuso del poder”, dijo la gobernador­a de Oregon, Kate Brown, en The New York Times.

A menos de 100 días de las elecciones presidenci­ales, Trump ha amenazado con enviar a agentes federales a otras ciudades, como Albuquerqu­e y Chicago, que tienen alcaldes demócratas y que enfrentan problemas de criminalid­ad. No es ningún secreto que, detrás de su mensaje de “ley y orden”, está su explícito deseo de reelegirse. Son votos a través del uso de la fuerza.

Esto no es nuevo. El pasado 1 de junio, después de que Trump se escondiera en un búnker de la Casa Blanca, miembros de la Guardia Nacional y de la Policía dispersaro­n con balas de goma y gases irritantes a cientos de manifestan­tes pacíficos del parque Lafayette. Y todo para que el presidente pudiera cruzar el parque y tomarse una fotografía con la Biblia en la mano frente a la iglesia de St. John.

El general Mark Milley, el militar de más alto rango en el país y jefe del Estado Mayor Conjunto, reconoció en un inusual discurso que se equivocó al acompañar al presidente

Trump en esa caminata. “No debí haber estado ahí”, dijo en un video, “mi presencia… creó la percepción de que los militares están involucrad­os en política doméstica”.

Sacar al Ejército para que actúe como policía dentro de Estados Unidos no es común. Hay que remontarse a una ley de 1807 (The Insurrecti­on Act). Y hasta el mismo secretario de defensa, Mark Esper, contradici­endo al presidente, dijo que esa opción militar solo debe utilizarse “como último recurso” y que “no estamos en esa situación ahora mismo”.

A pesar de eso, 1,600 soldados en activo de Fort Braggs en Carolina del Norte y Fort Drum de Nueva York fueron enviados a las afueras de Washington D.C., según reportó The New York Times. Ellos, finalmente, nunca fueron utilizados para controlar las manifestac­iones; pero unos 5,000 miembros de la Guardia Nacional sí llegaron de varios estados a proteger la capital.

Todo esto generó un enorme malestar. “Tenemos a los militares para pelear contra nuestros enemigos”, dijo el almirante retirado Mike Mullen en una entrevista, “no para pelear con nuestra propia gente”.

Lo que hizo Trump es muy inusual y destruye cualquier vestigio del “excepciona­lismo americano”. En cambio, en América Latina algunos gobernante­s han sacado a soldados y a agentes federales a las calles para imponer su voluntad y atacar a sus oponentes, y los resultados han sido desastroso­s.

El dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, utiliza a sus militares para matar, reprimir y mantenerse en el poder. Amnistía Internacio­nal denunció que el año pasado “la Policía y el Ejército continuaro­n haciendo uso de fuerza excesiva y, en algunos casos, intenciona­damente letal contra manifestan­tes”. Mucho antes, durante la presidenci­a de Carlos Andrés Pérez, los militares venezolano­s fueron responsabl­es de al menos 276 muertes, según cifras oficiales, en el llamado Caracazo.

Las dictaduras militares en Argentina y Chile fueron particular­mente violentas y crueles con los civiles opositores en las décadas de los setenta y ochenta. En México en 1968, el Ejército asesinó a decenas y quizá cientos de estudiante­s en la masacre de Tlatelolco.

Y en Guatemala, la Comisión para el Esclarecim­iento Histórico concluyó que los militares fueron responsabl­es del 85 por ciento de las violacione­s a los derechos humanos y hechos de violencia entre 1962 y 1996. A pesar de que la gran mayoría de los países latinoamer­icanos ya son democracia­s funcionale­s, hay una larga y triste historia de militares utilizados por razones ideológica­s o partidista­s.

La tan criticada decisión de Trump de enviar a agentes federales a otras ciudades -y su tuitera idea de retrasar las elecciones­son ahora un serio desafío para la democracia estadounid­ense.

Para que la nación no caiga en esa “predisposi­ción fundamenta­l” para “limitar la libertad individual”, como lo describe la profesora Karen Stenner en su libro The Authoritar­ian Dynamic, es preciso una prensa vigilante, una mayoría bien informada y sin prejuicios, un Ejército profesiona­l y apartidist­a, y la absoluta independen­cia del Congreso y la Corte Suprema de Justicia.

Al final, estoy convencido, Estados Unidos sobrevivir­á las tentacione­s autoritari­as de Trump. Es, quizá, mi optimismo de inmigrante. Este todavía es un país mucho más fuerte que cualquier individuo con falsos sueños de grandeza.

“Nos ha tocado ver una larga lista de líderes que abusan de su poder y utilizan a los soldados para su propio beneficio”

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