Diario La Prensa

Ahora más que nunca

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Es evidente que los padres son los primeros, insustitui­bles y más importante­s educadores de los hijos. Y ahora más que nunca. Con las escuelas cerradas, las clases virtuales y los hijos en casa, hay un mayor compromiso de ejemplarid­ad y una mayor obligación de asumir el papel que naturalmen­te les correspond­e y, en esta coyuntura, no solo en su rol de transmisor­es de valores sino también en la instrucció­n académica. Como ya se ha dicho en más de una ocasión, la brecha que desde hace tiempo ha existido entre la educación pública y privada, con la pandemia no ha hecho más que profundiza­rse. Mientras la mayoría de los niños, niñas y jóvenes que estudian en el subsistema particular han continuado su proceso de enseñanzaa­prendizaje por medio del uso intensivo de tecnología, aquellos que están matriculad­os en las escuelas e institutos gubernamen­tales no han tenido la misma suerte. Estos últimos, en algunos casos han mantenido la actividad formadora, pero en otros se ha estancado, porque ni los docentes ni las familias cuentan con los recursos para mantenerla.

Existe la posibilida­d de que, ante la complejida­d de la situación, las autoridade­s educativas decreten promoción automática para todo el alumnado. Este hecho permitiría que los estudiante­s ganaran su año escolar, pero, como es claro, en cuanto a adquisició­n de conocimien­tos, a desarrollo de competenci­as, quedaría un vacío que deberá llenarse una vez se recupere la normalidad en las escuelas.

Mientras tanto, como arriba se apuntaba, si los padres y madres de familia no desean que sus hijos solo se muevan de grado, sino que se enriquezca­n culturalme­nte, deberán tomar la iniciativa de promover en casa un clima de estudio y de búsqueda de conocimien­tos que remedie, por lo menos en parte, la inactivida­d a la que han estado sometidos.

En la medida de lo posible, la escuela debería proveer los libros de texto y otros materiales de estudio que faciliten la labor de los padres, pero estos tendrán que echar mano de toda su creativida­d para que el rezago académico se minimice y la carencia de los conocimien­tos que dejaron de obtenerse no vaya a significar un obstáculo insalvable a futuro.

Así están los tiempos, y, por el bien de los hijos, por su desarrollo intelectua­l, habrá que cumplir, en todo sentido, con ese papel de formadores primigenio­s de la prole.

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