Fuerzas Armadas y soberanía
Aquí creamos primero la escuela militar que la universidad. El modelo de sociedad no permitía la operación democrática, sino que estimulaba el uso de la violencia y había que asegurar la paz, condición básica para el progreso. El ejército eran guarniciones para respaldar la gestión de los gobiernos. Los liberales organizaban el suyo cuando gobernaban. Y los cachurecos hacían lo propio cuando controlaban el presupuesto. Por ello, teníamos más generales, coroneles y mayores que soldados, los que eran reclutados para enfrentar al adversario, desde el gobierno o desde afuera. Y adicionalmente, los primeros burócratas serios que tuvo el país, los aportaron estas escuelas militares y los seminarios de la iglesia.
Hasta 1954, el ejército de Honduras –con mucho retraso a otros países– pasó de estas guarniciones políticas, dispersas por el país, destinadas a proteger los gobiernos, mediante el control de sus adversarios, a uno de batallones para el combate, en defensa de la soberanía nacional. En 1956, Costa Rica, que había abolido su ejército para sustituirlo por una fuerza armada con otro nombre, sin artillería y Fuerza Aérea, tuvo que recurrir a un hondureño para repeler la agresión de Nicaragua. En 1957, Honduras expulsó a los nicaragüenses que ocupaban toda la Mosquitia, renuentes al cumplimiento del Laudo del Rey de España de 1906.
En la Constitución de 1957, es donde se crea un gobierno bicéfalo, en que los civiles le otorgan a las Fuerzas Armadas el carácter de autónomas. Eso no existe actualmente. Después de hábiles negociaciones de Carlos Flores, las Fuerzas Armadas están sometidas al poder civil. Han dado un ejemplo de subordinación a la ley, de forma que el freno al intento de Zelaya Rosales de interrumpir el orden constitucional, no fue una acción originada en el interior de los cuarteles, sino que una acción de la Corte Suprema que les ordenó aplicar la ley, para frenar la ilegalidad de la cuarta urna. Ahora, sometidas al poder civil, son usadas por los gobiernos, aprovechando la falta de reformas constitucionales, para cumplir todas las tareas en donde se necesita su disciplina, competencia y profesionalismo. Equivocadamente, algunos analistas creen que esta “militarización” aparente, obedece a un plan de las Fuerzas Armadas cuando realmente estamos regresando a la instrumentalización por los políticos de sus competencias y sus recursos para lograr metas y propósitos partidarios.
Cuando Zelaya Rosales coqueteó con las Fuerzas Armadas para su proyecto continuista, los intelectuales de la izquierda carnívora celebraban a los militares. Cuando cumplen con la ley, torcida o no, pero emanada de las instituciones y además respaldada de hecho por los políticos de oposición, esos mismos intelectuales –algunos expertos en el tema y otros inocentes e ingenuos historiadores– inician una campaña de desprestigio en contra de la institución. Tarea que difícilmente tendrá efectos, porque no hay militarización de la sociedad, sino que uso de los talentos y competencias de la burocracia más confiable con que cuenta el país. Crear desde la teoría, una justificación, para volver al pasado, mediante la partidización de la institución militar que pertenece a la nación, garantiza la paz y asegura la soberanía nacional, es inconveniente. Desprestigiarlas burdamente, falseando sus efectivos y capacidades bélicas, amenaza la soberanía.
Y querer involucrarlas en facciones partidarias, es crear otra vez las condiciones para el regreso de la guerra civil, responsable del atraso del país.
Hay que reformar la Constitución para relevar a las Fuerzas Armadas de la función colaboradora de actividades civiles. Incluso, de la garantía de las elecciones, si fuese posible. Porque esas tareas, que se entienden históricamente, la distraen de su responsabilidad de garantizar la soberanía nacional. Su función básica.
"Desprestigiar burdamente a la institución castrense, falseando sus efectivos y capacidades bélicas, amenaza la soberanía"