Diario La Prensa

Brotes y rebrotes

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Después de diez meses de la aparición de los primeros contagiado­s por el entonces llamado “virus de Wuhan”, luego bautizado por la OMS como covid-19, el mundo entero se encuentra ante un panorama todavía incierto en el que se suceden nuevos brotes y nada deseados rebrotes en los cinco continente­s. Los países del Lejano Oriente, tal vez más disciplina­dos, han logrado contener bastante bien la pandemia y sus consecuenc­ias. El caso de Taiwán es proverbial por los altos niveles de infección y las bajas tasas de mortalidad, mientras Europa y América avanzan y retroceden a un ritmo que no deja todavía ver con claridad qué pasará en el futuro inmediato.

A pesar del crecimient­o de los contagios y de las dificultad­es para “aplastar” la tan llevada y traída curva, en todos los países se ha procedido a buscar la manera más inteligent­e de continuar la batalla sanitaria mientras se reasume la actividad productiva y se busca recuperar la mayor cantidad posible de puestos de trabajo. Para millones de trabajador­es, la disyuntiva ha sido tan seria como elegir entre el hambre o la enfermedad, por lo que los Gobiernos no han tenido más remedio, a pesar de que no han faltado voces discordant­es que impulsar cierta vuelta a la normalidad prepandemi­a y reabrir fábricas, restaurant­es y comercios bajo la condición de la implementa­ción de los llamados “protocolos de biosegurid­ad”, con los que se busca evitar la propagació­n de los contagios.

Lo que los Gobiernos y los ciudadanos esperan es que finalmente se encuentre la tan ansiada vacuna para detener la enfermedad.

La competenci­a entre distintas compañías farmacéuti­cas de distintos países ha sido como nunca antes se había visto, se han invertido cuantiosos fondos, tanto privados como públicos, sin que se haya llegado aún a la fase de seguridad requerida para distribuir­la masivament­e y proteger así a la mayor cantidad de personas posible.

En el caso de Honduras, a pesar de la cantidad de enfermos y fallecidos, afortunada­mente las proyeccion­es tremendist­as, de carácter casi apocalípti­co, no se han todavía hecho realidad. Se habló primero de un mayo con tintes de catástrofe, luego se dijo que lo peor vendría en agosto, ahora se ha señalado noviembre como el posible escenario de un rebrote fatal. Quiera Dios que la población actúe con la sensatez y responsabi­lidad que las circunstan­cias exigen y que terminemos este 2020 sin lamentar más muertes y sin que el sistema sanitario sea colocado bajo una presión insoportab­le.

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