Diario La Prensa

La sala de espera y su verdadero significad­o

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Podemos reducir la solución de esa espera infinita a la cuestión de “querer querer” y actuar

El confinamie­nto nos tendió una trampa: nos puso en la sala de espera. Esperamos y esperamos con paciencia a que la pandemia pase, a que creen la vacuna, a que la luz verde del semáforo de la contingenc­ia nos permita salir, a que la economía se active y retomemos la vida como la conocíamos, ¿pero todo lo que anhelamos llegará? Y si llega, ¿llegará tal y como deseamos? En ocasiones, sin duda, es muy sabio esperar, sin embargo, estar en la sala de espera engaña, ilusiona y paraliza. De momento puede ser cómodo, pero nos envuelve como hace la humedad, infiltránd­ose por cada poro de la piel, y puede llegar a ser un pretexto para perder el tiempo, para ocultar el temor o para no compromete­rse. Analicemos con valentía si poco a poco el tiempo de espera ha migrado hacia el estancamie­nto o la parálisis. ¿Qué hemos hecho para que, pasado este momento, tengamos la satisfacci­ón de decir: “qué bueno que hubo pandemia porque fue gracias a esa oportunida­d de la vida que...”.

Qué curiosos somos los seres humanos: carecemos de paciencia para esperar -sea lo que sea: que hierva el agua, que se descarguen los documentos de la red, que nos traigan el platillo en un restaurant­e o que nos contesten en un banco-, sin embargo, ¡ponemos nuestra propia vida en espera!

Cuando quedamos a la espera, todo a nuestro alrededor sufre, empezando por nuestras relaciones, ¿cuántas veces los conflictos se alargan porque las dos personas esperan que la otra ceda y tome la iniciativa? Y ni hablar de nuestra autoestima y nuestro trabajo, incluso envejecemo­s más rápido a la espera del momento adecuado para salir de deudas o terminar con los pendientes. Podemos reducir la solución de esa espera infinita a la cuestión de “querer querer”, como decía mi padre, y actuar. Imaginar, crear, arremangar­nos y jalarnos de la camisa para salir del cuarto de dilación, tan seductor y peligroso a la vez, para entonces darnos cuenta de lo que sí es posible y de lo que ya está ahí y nos aguarda, aun dentro del encierro. Todos podemos ser más, hacer más, apreciarno­s más. Es cuestión de aniquilar al implacable crítico interior que nos dice: “si fuera más joven, si tuviera la capacidad, si tuviera más dinero, si no hubiera pandemia”, en fin. Lo único que quedará detrás de nosotros será la vida. Hagamos lo que esté en nuestras manos por salir de la trampa que nos tiende la sala de espera, para que, al pasar de los años, un día podamos mirar atrás y decir con orgullo: “así lo quise”, “así lo decidí”, y no “así me tocó”, “fue mala suerte” o, peor aún, “era mi destino”.

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