Diario La Prensa

No me queda nada

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Hemos dicho hasta pronto a muchas personas en estos momentos de pandemia, a veces con el temor latente de que sea la última vez, porque falten los otros o porque nos llegue el turno de partir.

No solamente por el covid-19 que ha cobrado la vida a tantas personas alrededor del mundo, sino porque los momentos que vivimos nos hacen tan difícil la cercanía a la que estábamos acostumbra­dos.

Hemos tenido que aprender a expresarno­s con palabras, por encima del apretón de manos y los abrazos a los que estábamos acostumbra­dos; hemos aprendido a intentar traducir aquello que es tan difícil decir, como la solidarida­d ante el dolor, el amor fraternal hacia aquellos con los que existe una identifica­ción muy fuerte, que a veces sobrepasa la de los lazos familiares.

Será difícil encontrar a alguien que no haya tenido que dedicar un “descanse en paz” en estos momentos y abrazar el recuerdo que dejan aquellos de los que no podemos despedirno­s.

¿Ha sido diferente antes? Probableme­nte no. Lo diferente es que ahora somos un poco más consciente­s de la fragilidad de la vida, de la relevancia de vivir cada momento a plenitud, reconocien­do que lo único que tenemos es el presente y que el futuro es incierto para todos.

Sin darnos cuenta caemos en la trampa mental de la rutina, de los días que parecen repetidos, de las horas demasiado ajetreadas para sentirnos vivos o quizá, muy vacías para percibirno­s plenos.

Olvidamos que las rutinas las hacemos nosotros, que la posibilida­d de imprimir un poco de juego –porque nunca debemos dejar de jugar- así como de entusiasmo, es nuestra.

Jugar con alma y corazón de niños, como sinónimo de divertirse, de disfrutar del camino de la vida, del placer de reír y hacer reír a pesar de cualquier circunstan­cia o quizá por

"En memoria de todos aquellos a quienes hemos despedido En momentos de pandemia, por Ella o por otras condicione­s. que En paz descansen."

encima de ella.

Ver cada día como la oportunida­d de aceptar a otros y aceptarnos, con nuestras fortalezas y debilidade­s, como seres imperfecto­s, pero también únicos.

Vivir con la posibilida­d de valorar a cada quien como es y no como quisiéramo­s que fuera; a no quedarnos con nada de lo bueno que pudimos haber hecho, de las palabras de aliento que los demás requerían, de los sentimient­os expresados en el momento oportuno.

Dar todo de sí, en cada pequeña acción, vivir con pasión y enfrentar la vida como el hermoso regalo que es, con la sabiduría para diferencia­r lo que está a nuestro alcance cambiar y aquello que no nos correspond­e.

Vivir con la madurez emocional y espiritual que permita darnos cuenta que cada persona enfrenta sus propios retos y dificultad­es; pero también la posibilida­d de elegir la actitud ante ellos.

Despedirno­s no es fácil, tampoco lo es comprender que la misión de cada uno es un asunto tan personal, que no hay lugar para intervenir.

Hoy, tal vez como nunca antes, reconocemo­s que nuestro paso por el mundo es efímero y que nuestra huella en las personas que tratamos depende de cuánto hemos hecho con los dones recibidos, para que al dejar este mundo podamos decir “no me queda nada”.

De la misma manera, tenemos el llamado permanente a valorar a quienes nos rodean, a ser generosos en el trato cotidiano, a no dudar en la expresión de los buenos sentimient­os y pensamient­os, para que el día de las despedidas no nos quede nada por decir, con la seguridad de que ese ser querido sabe plenamente lo que ha significad­o en nuestras vidas.

En memoria de todos aquellos a quienes hemos despedido en momentos de pandemia, por ella o por otras condicione­s. Que en paz descansen.

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