Tiempo de esperanza
En medio de la persistente pandemia y de la tragedia sufrida por tantos hermanos hondureños por causa de las tormentas tropicales y las lluvias consecuentes, el calendario continúa su marcha y nos lleva hacia diciembre, el mes que tanto se espera y que reúne cariño y alegrías en sus semanas y días. Destacan en este mes los días 24 y 31. En la noche del primero, la llamada Nochebuena, se conmemora el advenimiento de Jesús, nuestro Señor y Redentor, que hace aproximadamente 2020 años se hizo carne y habitó entre nosotros, como dice el Evangelio de San Juan; el día 31, con menor sentido religioso, se celebra el cierre del año y se hacen votos para que el que comienza al día siguiente traiga prosperidad, salud y unidad familiar. El 24 suele ser una fiesta íntima, familiar, de reencuentro; en la noche del 31 se acostumbra ampliar el círculo para incluir a los amigos o se celebra en casa de ellos.
Este año, que no será precisamente memorable, para muchos tendrá un sabor agridulce. Se han perdido miles de puestos de trabajo, han fallecido amigos, padres, hermanos, colegas, amigos a causa del covid-19; y, además, miles de familias han perdido sus viviendas o estas han resultado seriamente dañadas a causa de inundaciones y derrumbes, por lo que ven el futuro con incertidumbre.
Aun así, la Navidad seguramente será tiempo de esperanza. En ella, Dios mismo se nos regala y se convierte en bálsamo para curar y cicatrizar nuestras heridas para devolvernos la alegría y alentar el optimismo. Durante la crisis que siguió a las elecciones generales de 2017, muchos dijeron que los políticos nos habían robado la Navidad; que la zozobra que se generó producto de las tomas de calles y carreteras y del vandalismo desatado habían impedido que celebráramos como acostumbrábamos. Un líder religioso intervino entonces y corrigió: el don de Dios a la humanidad es su Hijo, y nada ni nadie puede quitarnos el gozo interior, la esperanza que la fe produce dentro de cada corazón, la paz que la gracia derrama en cada ser humano que la busca y la acepta.
De modo que, a pesar del sufrimiento, de que hemos debido enterrar a los que amamos, de un futuro aún incierto, y del año político que se avecina, los hondureños vamos a depositar nuestra confianza en Dios, que, en Jesús Niño, nunca olvida que somos sus hijos y que, por lo mismo, cuidará siempre de nosotros.