Diario La Prensa

PERDIENDO

El infierno para él era tenerlo todo y saber que todavía le faltaba algo

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Fausto, un sabio científico de mediana edad, se da cuenta de que ha sido infeliz, que ha sacrificad­o en vano la alegría de vivir, en aras de la ciencia. En el poema dice: “Y he estudiado, ¡ay de mí!, filosofía, jurisprude­ncia y hasta medicina; y también desdichada­mente teología. De la cima a la sima, con tenaz ardor. Y heme ahora aquí, pobre necio; tanto sé como sabía antes. (...).” Goethe, el escritor alemán, nos cuenta esta permanente búsqueda del ser humano en su poema Fausto. Obra que inicia a los 20 años, retoma a los 40, y la termina antes de morir a los 83. En este proceso, él mismo refleja los cambios interiores que sufrió, en la búsqueda constante de encontrarl­e sentido a la vida. Un día piensa en lo terrible que sería morir sin haber encontrado nunca lo que es estar realmente vivo. Por lo tanto, decide hacer un pacto con el diablo. En este pacto le entregaría su alma en el más allá a cambio de vivir por lo menos un instante. En el que él de verdad pudiera decir: “Oh instante cómo vales, ojalá duraras siempre”. De no ser así, el diablo perdería la apuesta. Mefistófel­es le concede la totalidad de los placeres: lo rejuvenece, le proporcion­a dinero, poder, el amor de las mujeres, capacidad de viajar a cualquier parte, etc. Fausto lo vive y lo tiene todo. Sin embargo, la sed que siente por dentro no es saciada.

Por más batallas que gana, por más fortuna que acumula, por más mujeres que conquista, sigue infeliz. Goethe, en la última parte de la obra, ya con 82 años, nos muestra un Fausto que, junto con él, ha envejecido. El personaje se dedica a construir diques para recuperar tierras del mar, para que de esta manera puedan vivir y trabajar muchas personas.

Antes de morir encuentra el regocijo de pensar que un día se puedan contemplar esas tierras llenas de vida y libertad. Es entonces cuando por primera vez pronuncia las palabras que jamás debió decir, y exclama “Oh, instante cómo vales, ojalá duraras siempre”. Pierde la apuesta con el diablo, pero gana sustancial­mente. Su espíritu, finalmente, encuentra la paz. ¿Cuántas veces, en ese afán de alcanzar éxito económico, de medir nuestra propia capacidad, de concentrar­nos en ser reconocido­s, nos sucede lo mismo? Equivocada­mente invertimos tiempo, esfuerzo y dinero en nuestra persona, para superarnos, para ser mejores, creyendo que es este el camino para obtener la felicidad. Al final del día, cuando estamos solos, sabemos que hemos dejado lo importante de lado. Quizá hemos dejado a un hijo sin escuchar por acudir a la cita por Zoom, acaso nos hemos vuelto más impaciente­s con nuestros compañeros de trabajo, la conversaci­ón con nuestra pareja se ha reducido a lo indispensa­ble, y a los amigos, los hemos descuidado.

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