Diario La Prensa

Una nueva versión

"este año, quizás como pocas veces antes, hemos valorado el poder de las oraciones que antes pasábamos por alto”.

- Elisa M. Pineda e_pinedahn@yahoo.com

La vida nos enseña tarde o temprano el valor de las fechas y costumbres de antaño, que quizá antes no entendí amos. a fuerza de experienci­as buenas y malas, de alegrías y tristezas, vamos adquiriend­o la capacidad de valorar aquello que está por encima de lo tangible.

La celebració­n de Año Nuevo representa­ba eso para mí: una fecha de poco significad­o, un ritual, una especie de catarsis colectiva, con gusto de fiesta.

Poco a poco, con el correr de los años, con grandes pérdidas y muchas lecciones, he ido comprendie­ndo que si bien la celebració­n del Año Nuevo no implica en sí misma un cambio radical en la vida y en el correr continuo del tiempo, sí representa la oportunida­d de reflexiona­r sobre lo que logramos crecer.

El año que casi termina no ha sido nada fácil y quizá por ello se dificulte hacer el recuento de los logros, por encima de las pérdidas.

Para que las experienci­as vividas abonen a nuestro crecimient­o personal es preciso despertar nuestra propia conciencia y, a partir de ella, lograr el cambio de actitud que anhelamos, dando gracias por lo vivido y por lo que vendrá.

El años 2020 nos deja el triste recuerdo de haber dicho adiós a muchos seres amados; pero también nos ha enseñado el poder del amor y de la amistad que rebasa fronteras físicas.

El dolor de las despedidas muchas veces nos demuestra cuánto afecto hemos sido capaces de sentir.

Quizá hayamos recibido muestras de deslealtad, de profundo egoísmo, de traición; pero junto con ellas hemos comprendid­o que las acciones de los demás no estén en nuestras manos y que no debemos arrepentir­nos del afecto depositado en quienes no supieron valorar.

Las pruebas tienen esa virtud de enseñarnos la calidad de las relaciones que cultivamos.

Posiblemen­te guardemos algún gesto valioso de quien no esperábamo­s, una palabra de aliento en el momento preciso, una buena acción, que nos hace recordar que siempre hay lugar para volver a confiar, para atreverse a descubrir a los otros, para hacer a un lado las ideas preconcebi­das y disfrutar de las diferencia­s.

Segurament­e valoraremo­s a quienes se mantienen inamovible­s con el tiempo, pase lo que pase, demostránd­onos el valor de la amistad y de la solidarida­d.

Este año, quizá como pocas veces antes, hemos valorado el poder de las oraciones que antes pasábamos por alto. Tuvimos la oportunida­d de aprender lo valioso que es cultivar la vida espiritual, el diálogo interno y la reflexión profunda.

Logramos darnos cuenta de nuestra capacidad de respuesta ante la adversidad, del poder de trabajar juntos, por el bienestar del prójimo que quizá no conocemos.

Entendimos que es posible hacer cambios sustancial­es si trabajamos unidos, reconocien­do que pesa más la condición humana que nos une, que nuestras diferencia­s de cualquier índole.

También hemos constatado que la confianza es el bien más preciado que debemos reconstrui­r, no solamente en nuestras relaciones sociales, sino especialme­nte en el país, que debe recuperar sus institucio­nes, como condición indispensa­ble para la democracia.

Aprendimos a ver con otros ojos las falsas promesas, los plazos no cumplidos y las acciones corruptas; que las bendicione­s son valiosas cuando son sinceras, que las palabras se las lleva el viento, pero las acciones persisten en la memoria.

Esta celebració­n de Año Nuevo no puede ser igual que las demás, pues todas las lecciones deben traducirse en una nueva versión de nosotros, personal y colectiva. A partir de esas lecciones, debemos asumir el año 2021 que nos trae grandes desafíos. ¿Estamos listos?

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