Una nueva versión
"este año, quizás como pocas veces antes, hemos valorado el poder de las oraciones que antes pasábamos por alto”.
La vida nos enseña tarde o temprano el valor de las fechas y costumbres de antaño, que quizá antes no entendí amos. a fuerza de experiencias buenas y malas, de alegrías y tristezas, vamos adquiriendo la capacidad de valorar aquello que está por encima de lo tangible.
La celebración de Año Nuevo representaba eso para mí: una fecha de poco significado, un ritual, una especie de catarsis colectiva, con gusto de fiesta.
Poco a poco, con el correr de los años, con grandes pérdidas y muchas lecciones, he ido comprendiendo que si bien la celebración del Año Nuevo no implica en sí misma un cambio radical en la vida y en el correr continuo del tiempo, sí representa la oportunidad de reflexionar sobre lo que logramos crecer.
El año que casi termina no ha sido nada fácil y quizá por ello se dificulte hacer el recuento de los logros, por encima de las pérdidas.
Para que las experiencias vividas abonen a nuestro crecimiento personal es preciso despertar nuestra propia conciencia y, a partir de ella, lograr el cambio de actitud que anhelamos, dando gracias por lo vivido y por lo que vendrá.
El años 2020 nos deja el triste recuerdo de haber dicho adiós a muchos seres amados; pero también nos ha enseñado el poder del amor y de la amistad que rebasa fronteras físicas.
El dolor de las despedidas muchas veces nos demuestra cuánto afecto hemos sido capaces de sentir.
Quizá hayamos recibido muestras de deslealtad, de profundo egoísmo, de traición; pero junto con ellas hemos comprendido que las acciones de los demás no estén en nuestras manos y que no debemos arrepentirnos del afecto depositado en quienes no supieron valorar.
Las pruebas tienen esa virtud de enseñarnos la calidad de las relaciones que cultivamos.
Posiblemente guardemos algún gesto valioso de quien no esperábamos, una palabra de aliento en el momento preciso, una buena acción, que nos hace recordar que siempre hay lugar para volver a confiar, para atreverse a descubrir a los otros, para hacer a un lado las ideas preconcebidas y disfrutar de las diferencias.
Seguramente valoraremos a quienes se mantienen inamovibles con el tiempo, pase lo que pase, demostrándonos el valor de la amistad y de la solidaridad.
Este año, quizá como pocas veces antes, hemos valorado el poder de las oraciones que antes pasábamos por alto. Tuvimos la oportunidad de aprender lo valioso que es cultivar la vida espiritual, el diálogo interno y la reflexión profunda.
Logramos darnos cuenta de nuestra capacidad de respuesta ante la adversidad, del poder de trabajar juntos, por el bienestar del prójimo que quizá no conocemos.
Entendimos que es posible hacer cambios sustanciales si trabajamos unidos, reconociendo que pesa más la condición humana que nos une, que nuestras diferencias de cualquier índole.
También hemos constatado que la confianza es el bien más preciado que debemos reconstruir, no solamente en nuestras relaciones sociales, sino especialmente en el país, que debe recuperar sus instituciones, como condición indispensable para la democracia.
Aprendimos a ver con otros ojos las falsas promesas, los plazos no cumplidos y las acciones corruptas; que las bendiciones son valiosas cuando son sinceras, que las palabras se las lleva el viento, pero las acciones persisten en la memoria.
Esta celebración de Año Nuevo no puede ser igual que las demás, pues todas las lecciones deben traducirse en una nueva versión de nosotros, personal y colectiva. A partir de esas lecciones, debemos asumir el año 2021 que nos trae grandes desafíos. ¿Estamos listos?