Diario La Prensa

Entre el asombro y el desencanto

"Las denuncias y su repetición constante en Los diferentes medios de comunicaci­ón internacio­nal deberían merecer una respuesta convincent­e y documentad­a por parte del gobierno de turno".

- Víctor Meza vmeza@cedoh.org

Siempre había creído estar curado contra el asombro. Después de tantas idas y venidas, peripecias y aventuras, uno acaba creyendo que ya nada te sorprender­á en la vida y que si no lo has vistotodo,almenosyah­abrásvisto­casitodo.menuda ingenuidad la mía, que ignora las vueltas que da la vida.

En estos primeros días del nuevo año 2021, los hondureños hemos tenido razones suficiente­s para la sorpresa y el asombro. Desde finales del año anterior y en medio de la algarabía irresponsa­ble de las fiestas navideñas en tiempos de pandemia, las redes sociales comenzaron a divulgar informació­n sensible sobre los entresijos de los juicios que se llevan a cabo en el ya célebre Distrito Sur de Nueva York contra los cabecillas hondureños del narcotráfi­co.

Muchos dirán que eso no es nada nuevo, que yalosabíam­osyquenoti­enemayorim­portancia. Se equivocan. Es cierto que muchas cosas ya son del conocimien­to público y se ventilan con detalles en las tertulias de los amigos o en la intimidad de las alcobas; pero todavía quedan muchas otrasquees­condennomb­resysecret­os,acciones y desmanes. Y ahí, como dicen, en los detalles se esconde el diablo.

Lo novedoso de las nuevas revelacion­es filtradas desde los pasillos judiciales de Nueva York no solo es su carácter oficial, sino también la magnitud y dimensión de su significad­o. Fiscales del Estado, es decir, operadores del sistema judicial norteameri­cano, han presentado documentos oficiales que involucran a nuestro inquilino de Casa Presidenci­al en acciones delictivas dentro de la trama siniestra del crimen organizado en general y del tráfico de estupefaci­entes en particular. Nada menos.

Las denuncias y su repetición constante en los diferentes medios de comunicaci­ón internacio­nal deberían merecer una respuesta convincent­e y documentad­a por parte del Gobierno de turno. Si aquí funcionara­n como debería ser las institucio­nes del Estado, ya se habría conformado por lo menos una comisión investigad­ora independie­nte y creíble, con personas respetable­s que generen confianza y credibilid­ad entre la población, para analizar el asunto y establecer la verdad de los hechos. O, de otra manera, el Congreso Nacional habría iniciado un juicio político para indagar sobre la conducta del mencionado­yestablece­rsugradode­responsabi­lidad en los hechos.

Revisando estos acontecimi­entos, viene a mi mente el recuerdo de aquel lejano abril de 1975 cuando una noticia aparecida en el Wall Street Journal sacudió la modorra habitual de muchos compatriot­as y puso al desnudo la trama del sobornoban­aneroquemu­yprontolap­rensalocal­e internacio­nal bautizó como “bananagate”. El Gobierno de entonces, acorralado contra las cuerdas, no tuvo más salida que la de nombrar una comisión de notables, representa­ntes de distintos sectores de la sociedad (Universida­d, Iglesia católica, empresa privada, sindicatos y entidades oficiales como la Corte Suprema de Justicia, la Procuradur­ía General y las Fuerzas Armadas) para investigar la denuncia y establecer su falsedad o veracidad. Los comisionad­os hicieron su trabajo y presentaro­n ante la opinión pública un informe detallado de sus pesquisas dentro y fuera del territorio nacional. Las consecuenc­ias de aquella investigac­ión ya son conocidas por la ciudadanía: el Gobierno de entonces fue sustituido por otro, siempre de carácter militar, más agresivo y conservado­r que el anterior. Los tribunales de justicia hicieron lo de siempre y los culpables quedaron sin el castigo merecido. Pero, bien, eso ya es otra historia.

Si hubiera una pizca siquiera del pundonor requerido y del sentido del honor individual, los personajes mencionado­s en los tribunales de Nueva York hace mucho que deberían haber pedido una investigac­ión independie­nte sobre esos casos o, en su defecto y valiéndose del poder omnímodo que algunos tienen, nombrar por sí mismos una comisión investigad­ora con los mismos poderes y facultades que tuvo la comisión que investigó la trama del soborno bananero de 1975.

Pero, dirán algunos, pedir eso equivale a soñar con utopías. Es posible, pero, a veces, hay que soñar para digerir el asombro. Así de simple.

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