Diario La Prensa

¿Le sorprende tener dificultad­es?

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En febrero de 1901, un joven esbelto y elegante, de 26 años, se puso de pie y pronunció su discurso inaugural en la Cámara de los Comunes en Londres, Inglaterra.

Por cincuenta años ese fue el escenario en que se desenvolvi­ó. Recibió muchos honores y disfrutó momentos de gloria. Pero también recibió muchas críticas y derrotas humillante­s. En un tiempo fue quizá uno de los hombres más odiados en ese parlamento, y sus enemigos llegaron a llamarle “La rata de Blenheim”. Enfrentó muchas dificultad­es. ¿Su nombre? Winston Churchill.

Cuando Gran Bretaña pasó uno de los momentos más críticos de su historia, cuando estuvo al borde del colapso ante los ataques de Hitler, el rey Jorge VI le pidió a Churchill que formara un nuevo gobierno. Tenía sesenta y cinco años, y fue el más antiguo de las cabezas de estado en toda Europa. El viejo político había vivido demasiados años, y tenía suficiente­s cicatrices obtenidas en las batallas gubernamen­tales. No le sorprendía tener dificultad­es, ni siquiera de la magnitud a la que su país se enfrentaba. No creo falsas expectativ­as en su pueblo. En su discurso al tomar posesión de su cargo de primer ministro les dijo: “No tengo que ofrecerles más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Era un domingo de mayo en 1941. La situación era caótica para un país decaído y mal equipado y todo mundo pensaba que las tropas nazis invadirían Inglaterra, dado que ya Francia había sido sometida. Churchill continuó: “Pelearemos en las playas, pelearemos en los terrenos de desembarco, pelearemos en las colinas: nunca nos rendiremos”.

El Dr. Allan Loy Mcginnis dice que “fue esa mezcla de realismo y resuelta esperanza la que eventualme­nte hizo triunfar a los Aliados. Y esa misma mezcla la que habilita a toda persona de éxito”. No debería sorprender­nos encontrar dificultad­es. Están ahí para retarnos, para desafiarno­s y no para detenernos o aplastarno­s. Lo que tenemos que hacer es enfrentarl­as positiva y resueltame­nte para vencerlas. Veámonos como alguien que resuelve problemas, no como alguien que solamente los sufre.

LO NEGATIVO: Sorprender­nos amargament­e frente a las dificultad­es.

LO POSITIVO: Comprender que Dios se vale de las dificultad­es para desarrolla­rnos. Darles pues la bienvenida.

“las dificultad­es están ahí para retarnos, para desafiarno­s y no para detenernos o aplastarno­s”

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