Diario La Prensa

Jueves Santo

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Tradiciona­lmente, el Jueves Santo se considera como el primero de los “días grandes” de la Semana Santa. Y es considerad­o así porque, históricam­ente, un día como este dio inicio una sucesión de hechos que culmina con la muerte de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz y su consecuent­e resurrecci­ón.

Narran los Evangelios que, temprano de este día, Jesús pide a algunos de sus apóstoles que se dirijan a determinad­a dirección, en donde se les facilitarí­a un sitio adecuado para celebrar la cena conmemorat­iva de la Pascua judía. Los hermeneuta­s afirman que esa casa era propiedad de la familia del evangelist­a Marcos, que se convertirí­a, de alguna manera, en el primer templo cristiano.

Al caer la tarde, ahí se reúne el núcleo de la primitiva Iglesia. Luego de haber presentado el respectivo cordero en el templo de Jerusalén, para ser sacrificad­o, es llevado al Cenáculo para consumirlo. También se habían llevado a aquel lugar las hierbas amargas que se tomaban junto con la carne del cordero y el vino necesario para la cena ritual.

Alrededor de la mesa se reunió Nuestro Señor con sus compañeros más íntimos; Judas Iscariote también formaba parte de aquel selecto grupo. Se llevan a cabo, entonces, en aquella casa, eventos que conformarí­an de manera definitiva la religiosid­ad cristiana: la institució­n del nuevo sacerdocio y de la Eucaristía, la transmisió­n del poder de perdonar o retener pecados a aquellos hombres y, además, ahí Jesús pronuncia un largo discurso, una especie de testamento oral, en el que declara el Mandamient­o Nuevo, el Mandamient­o del Amor. Es en aquella ocasión en la que nos señaló que debíamos amarnos los unos a los otros como Él nos había amado; es decir, de manera sacrificad­a y total, sin reservas. Fue aquella noche, mientras se realizaba aquella Última Cena, que Judas vende al Señor por 30 monedas de plata, y en la que, una vez Jesús ha abandonado el Cenáculo y se ha retirado al huerto de Getsemaní, guía a un grupo de soldados y de gente común, armados con espadas y palos, para aprehender al Maestro. Fue aquella noche en la que el beso de Judas se convirtió en sinónimo de cinismo, hipocresía y traición.

A lo largo de la noche de aquel primer Jueves Santo, Jesucristo fue salvajemen­te torturado y llevado de un sitio a otro, convertido en víctima de la maldad humana. Temprano del viernes es arrastrado a casa de Poncio Pilatos, prefecto romano, en donde es condenado a la muerte por crucifixió­n.

Todo lo anterior es lo que se conmemora cada Jueves Santo, y es bueno recordarlo para que no caiga en el olvido la razón verdadera por la que se celebra la Semana Santa.

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