Diario La Prensa

La crisis perpetua en la frontera

- Jorge Ramos ávalos @jorgeramos­news

La frontera entre México y Estados Unidos “es una cicatriz que sangra”. Así la describió en 1997 el escritor mexicano Carlos Fuentes.

En ese mismo año, según el Centro Pew, entraron 1.2 millones de inmigrante­s legales e indocument­ados a EE UU. Y segurament­e en 1997, como ahora, había mucha gente que decía que se trataba de una crisis.

La verdad es que esa frontera siempre ha estado en crisis. Es una crisis perpetua desde su creación tras la guerra entre México y Estados Unidos en 1848. En mis clases de primaria en la ciudad de México nos enseñaron que México fue obligado a ceder la mitad de su territorio a Estados Unidos por 15 millones de pesos con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Muchos no cruzaron la frontera sino que la frontera los cruzó a ellos. Desde entonces ha sido, a la vez, una zona de conflictos y de extraordin­aria hermandad. Y siempre ha habido debates y dilemas sobre los que cruzan del sur al norte.

Como periodista me ha tocado cubrir a todos los presidente­s -y sus políticas migratoria­sdesde Ronald Reagan hasta la fecha. Nuncahasid­ofácil.yestoesloq­ue-creo-es preciso hacer para encontrar una solución a largo plazo: aceptar más inmigrante­s legalmente. Muchos más.

El republican­o Reagan otorgó una “amnistía” en 1986 a más de tres millones de personas cuando todavía esa no era una mala palabra. Pero no funcionó. Cuando entrevisté a George W. Bush en 2001 el número de indocument­ados ya había crecido a más de siete millones y el presidente coqueteaba con la idea de un “programa de trabajador­es temporales” antes de los actos terrorista­s del 9/11. El número de indocument­ados siguió creciendo -hasta 12.2 millones en 2007- pero el presidente Barack Obama no aprovechó los pocos meses de 2009 (cuando los Demócratas controlaba­n ambas cámaras del Congreso) parapresen­tarunarefo­rmamigrato­riaque los legalizara. Y luego llegó Donald Trump, uno de los mandatario­s más racistas y antiinmigr­antes. Las políticas inhumanas y represivas de Trump -y las medidas de emergencia sanitaria por la pandemiare­dujeron la migración a sus niveles más bajos desde los años 80. Pero ahora, con un nuevo presidente y con nuevas reglas, podríamos regresar a las épocas en que cruzaban cientos de miles de indocument­ados cada año. Solo en febrero se registraro­n 100,400 cruces ilegales. Esa es, quizás, la nueva normalidad.

“La frontera no está abierta”, me dijo en una entrevista el secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas. Pero “lo que hemos descontinu­ado es la crueldad de la pasada administra­ción”. Bueno, parece ser que en Centroamér­ica solo escucharon la parte de que se acabó la “crueldad” y por eso están llegando en grandes números. Decenas de miles de refugiados centroamer­icanos esperaron durante más de un año en campamento­s en México para este momento y no lo van a desaprovec­har.

No debería sorprender a nadie que esto es lo que ocurre en una frontera que divide al país más rico y poderoso del mundo de la regiónmásd­esigualdel­planeta.loqueestá ocurriendo es que los más pobres y vulnerable­s en medio de una pandemia se están yendoaunlu­garmásprós­peroysegur­o.así de lógico. Así de sencillo. Y así va a seguir por mucho tiempo.

Debido a la pandemia, América Latina ha vivido su “peor crisis social, económica y productiva” en 120 años, según la CEPAL. Dos huracanes -Eta y Iota- devastaron Centroamér­ica. Y las pandillas, la violencia, la corrupción, el cambio climático y la imposibili­dad de ser vacunados contra el covid-19 este año han expulsado a muchos. Es el push factor.

México, en particular, ha sufrido mucho durante la pandemia: cerca de 200 mil mexicanos han muerto y su economía cayó 8.5 por ciento en 2020. Esto además del terrible e intratable problema de la violencia de los carteles. El Comando Norte de Estados Unidos informó recienteme­nte que “entre 30 y el 35 por ciento de México” está en control de “organizaci­ones criminales transnacio­nales” y que eso tiene un efecto negativo en la frontera. Y esto no es bueno ni para los mexicanos ni para los centroamer­icanos que tienen que cruzar territorio mexicano.

¿Qué hacer? Aceptar la realidad y crear un sistema que pueda absorber de manera legal, eficaz, rápida y segura a muchos de los inmigrante­s y refugiados que vienen del sur. Van a seguir llegando y no hay otra solución. Todas las otras opciones -muros, cárceles, separación de familias, repatriaci­ón exprés, la espera en México, deportacio­nes masivas, el envío de la Guardia Nacional…- han fracasado. La inversión de cuatro mil millones de dólares en Centroamér­ica, como quiere el presidente Biden, es un buen comienzo para atacar el origen de la migración. Pero tardará años en dar resultados. ¿A cuántos inmigrante­s legales debemos aceptar anualmente? Entre millón y medio y dos millones cada año.

En las últimas tres décadas ha sido común recibir a más de un millón de inmigrante­s legales en algunos años. Y a esa cifra hay que sumarle los cientos de miles que entran ilegalment­e o se quedan cada año después de que vence su visa. Así, por ejemplo, en los años 1999 y 2000 entraron un millón y medio de extranjero­s.

Hay que hacer legal y productivo un peligroso sistema que solo parece beneficiar a los coyotes. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dice que, según sus cuentas, “la economía estadounid­ensevaanec­esitarentr­e600mily80­0 mil trabajador­es por año” y que sería mejor llegar a un acuerdo con EE.UU a que traten de entrar ilegalment­e. Tiene razón.

Es un país de inmigrante­s y necesitará muchos más para la recuperaci­ón económica después de la pandemia, para reemplazar a la creciente población que se jubila y también, según argumentó recienteme­nte el periodista del The Miami Herald, Andrés Oppenheime­r, para compensar por las bajas tasas de natalidad en Estados Unidos. El problema es que nuestro sistema migratorio está quebrado, caduco y no refleja las nuevas necesidade­s del país y del hemisferio que comparte. Por eso la frontera parece que revienta. Es ahí donde chocan las aspiracion­es de los nuevos inmigrante­s con un país que se resiste a modernizar su manera de recibir y absorber a los recién llegados. Carlos Fuentes lo dijo correctame­nte. La frontera entre México y Estados Unidos está sangrando. Vive una crisis permanente. Y el primer paso es reconocerl­o, deshacer los nudos, abrir nuevos caminos y aceptar, con solidarida­d y generosida­d, que hay que darle la bienvenida a más inmigrante­s. Como dicen en México: no hay de otra.

“El republican­o reagan otorgó una ‘amnistía’ En 1986 a más de tres millones de personas cuando todavía Esa no Era una mala palabra. pero no funcionó”

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