Consecuencias
Los hondureños estamos en primera fila observando cómo se manifiesta un Estado fallido que se carcome de corrupción: chatarras vendidas como hospitales móviles y que al fin se reconoce que no sirven para la atención de pacientes de la pandemia; inexistente contrato para adquirir vacunas de parte del Estado, lo cual ha obligado a la empresa privada a intentar hacer lo que otros no pueden.
Desfalco de miles de millones en el Instituto Hondureño de Seguridad Social con ningún señalamiento para los grandes tiburones que ordenaron tal saqueo, los pandoros siendo reelectos en las pasadas elecciones primarias, los hospitales con médicos sin pago y sin los implementos adecuados para afrontar el monstruo del coronavirus.
La lista puede ser interminable de los hechos que vivimos como consecuencia de haber perdido la brújula que solo un Estado de Derecho proporciona, ahora tenemos un buque de guerra que ha costado millones de dólares varado en puerto sin ninguna utilidad, y a la vez con salas de cuidados intensivos abarrotadas en los centros hospitalarios.
Tenemos cuatro mil millones de lempiras asignados a las Fuerzas Armadas y aun sin degustar tan siquiera un melón o sandía de esas utópicas cosechas en el campo hondureño. Lo que sí tenemos son defensores acérrimos de lo injustificable, tenemos adláteres que se venden por un plato de lentejas para vociferar defendiendo lo quimérico y surrealista. Estas honduras están cada vez más profundas, la luz al final del túnel es cada vez más lejana, los escollos y muros levantados por los corruptos fortalecen el sistema que está diseñado para que sus fechorías queden en la más absoluta impunidad. Quizá en las elecciones de noviembre de este año los hondureños tengamos la última oportunidad para comenzar a revertir la década pérdida que hemos tenido y recomponer a partir de ahí este desastre mal llamado Estado.