Diario La Prensa

Por un valle de muerte

- Elisa M. Pineda e_pinedahn@yahoo.com

Hace un par de años, en una conversaci­ón con personas que desde distintas perspectiv­as realizaban una labor social, surgió una pregunta: ¿cuál es el principal problema que está contribuye­ndo a que los hondureños consideren emigrar, especialme­nte los jóvenes? La pregunta está vigente.

Segurament­e estaremos de acuerdo en que el fenómeno migratorio, especialme­nte el de las caravanas, obedece a múltiples causas, pero quizás la más relevante es la debilidad institucio­nal y el fortalecim­iento de la impunidad en el país.

Como sociedad, poco a poco perdimos la sensibilid­ad hacia aquello que es ilegal y de manera particular, antiético. La corrupción ha invadido todos los espacios, hasta volverse intolerabl­e.

Es justo mencionar que ha habido múltiples voces señalando lo que desde hace años sucede en el país; sin embargo, rápidament­e se convierten en objeto de descrédito y de mofa de quienes burdamente defienden el statu quo.

En Honduras la gente muere, pero no solamente por la pandemia, sino también por una falta añeja de servicios de calidad en los dos pilares del desarrollo humano, salud y educación, en todas las etapas de la vida.

La gente muere lentamente ante la escasa posibilida­d de movilidad social, ante la insegurida­d ciudadana y la falta de empleo especialme­nte ante el cierre de empresas o la contracció­n de estas.

¿Qué hacemos por retener a nuestra gente? Hay muchas iniciativa­s impulsadas desde la cooperació­n internacio­nal, las organizaci­ones no gubernamen­tales, las iglesias y las empresas socialment­e responsabl­es. Sin esa labor la realidad sería aún más difícil.

Sin embargo, mientras no mejore la situación en materia de paz, justicia y fortalecim­iento institucio­nal, así como de derechos humanos, que son temas en los que se requiere la articulaci­ón de esfuerzos multisecto­riales, será difícil lograr un impacto de la misma magnitud del problema.

La situación por la pandemia ha acelerado algunos temas visibles: el incremento del desempleo, la deserción escolar, entre otros temas; pero además, para los jóvenes el distanciam­iento social o por lo menos los cambios en la forma de relacionar­se, podría socavar aún más el débil sentido de pertenenci­a grupal, tan necesario para la cohesión social.

El desapego puede ser una consecuenc­ia no prevista de la pandemia, que sin duda contribuye a fortalecer el deseo de emigrar.

Todo parece indicar que la estrategia de disuasión no pasa solamente por apelar al peligro del camino y despertar el miedo. Nuestra gente parece estar curada de espanto.

La estrategia pasa invariable­mente por mejorar las condicione­s de retención de la población.

Mientras no comprendam­os la relevancia del estado de derecho, en todos los ámbitos de la vida nacional, y no exista una verdadera intención de mejorar, observable en las acciones de quienes tienen las riendas del país, la situación será muy difícil de revertir.

Estamos pasando por un “valle de sombra de muerte”, utilizando la frase de un salmo bíblico. No solamente los que se van, sino también los que nos quedamos, aunque sin duda en distintas dimensione­s.

En Honduras mueren muchas personas y también muchos sueños, no permitamos que fallezca la esperanza de un mejor futuro, ayudemos a recuperar ese sentido de pertenenci­a, despertemo­s la conciencia y contribuya­mos a generar las oportunida­des para salir adelante. No nos cansemos de hacer nuestra parte, que no muera la fe.

“En Honduras mueren muchas personas y también muchos sueños, no permitamos que fallezca la Esperanza de un mejor futuro”

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